Opinión

La mentira como arma política

Desde el desenlace de aquella tragedia que protagonizaron, por orden de aparición en escena, la culebra, la manzana, la Eva y el Adán, y que terminó con la expulsión de la primera pareja que dio origen a la humanidad de aquel paraíso, condenándolos al destierro y a ganarse el pan con el sudor de su frente, no como antes que vivían a tope sin tener que dar un palo al agua, la mentira está presente en nuestras vidas desde la más tierna infancia hasta los últimos años de nuestra existencia en este valle de lágrimas, como antes llamaban a este mundo.

La primera pregunta que surge es: ¿es necesaria la mentira? Tendremos que reconocer que sí, es más, diría que, en ciertos casos, es imprescindible, lo que pasa es que estamos tan acostumbrados a ella que ya lo vemos como algo normal, ya no digamos en el apartado político, donde admitimos la mentira como algo sustancial, hasta el punto de que cosas que son perfectamente demostrables, que se pueden contrastar, cuantificar o medir perfectamente, admitimos que nos den versiones distintas sin que se pongan colorados o les crezca la nariz como antiguamente les pasaba a los mentirosos.

Por ejemplo, algo tan frecuente como son las manifestaciones que, con los medios que tenemos hoy, por medio de una simple fotografía aérea, podríamos contar casi uno a uno los que han participado en ella, admitimos que los organizadores nos cuenten que eran más de un millón, como en el caso de la última convocada en Madrid, en defensa de la sanidad pública y en contra de la privada, cuando si no fuera por los que van a la privada, pudiendo ir a la pública, se colapsaría, mientras que la Delegación del Gobierno nos dice que eran doscientos cincuenta mil, cuando en otra reciente anterior, pero en contra del presidente Sánchez, con una participación similar, la cifraron en treinta mil. Todos mienten, y lo saben, y no pasa nada.

Es decir, aquí no se andan con pequeñeces, con modestas diferencias como las de aquel tendero que nos subía dos pesetas las patatas; nada, nada, aquí a lo bestia, no le es suficiente tratar de engañarnos con un veinte, un treinta por cien, no, no, aquí el ,doble o el triple, les parece poco. En fin, de llorar. Pero ¿es que nos hemos vuelto locos, tontos o gilipollas hasta el punto de que se nos pueda tratar con esta falta de respeto, con esa humillación, con este desprecio por parte de unos y de otros? 

No es extraño lo que nos pasa. Nos quedamos asombrados cuando descubrimos que un general de la Guardia Civil era un golfo consumado, que un comisario de Policía era un empresario chantajista o que un árbitro de fútbol era un chorizo a lo grande, pero han tenido que pasar diez, veinte o treinta años engañándonos, aparentando que eran unos ciudadanos de bien. ¿Ya sabe ahora quiénes son las personas, los ciudadanos o las ciudadanas de bien, que tanto le sorprendió, sr. Sánchez? Pues las personas de bien, con los fallos, los problemas, y las faltas que podamos haber cometido, sr. Sánchez, somos todos, porque gracias a que los guardias civiles no son como ese general corrupto detenido, la Guardia Civil funciona; gracias a que los policías no van en modo Villarejo, los podemos seguir llamando si nos atracan, y gracias a que los árbitros de fútbol no son como el Enríquez Negreira, puede seguir existiendo la Liga, porque el día que haya más golfos y corruptos que ciudadanos, no ya de bien, sino digamos normales, las cosas, el país y el mundo no funcionarían. 

Si podemos dormir tranquilos sin pensar en que nos pueda entrar un misil por la ventana, es porque hay pocos Putin por el mundo que, además, nos dice que la guerra la empezamos nosotros. Si la circulación en las carreteras o autopistas se hace posible cada mañana, es porque los kamikazes que de vez en cuando aparecen, generalmente borrachos, son escasos y su aparición es noticia en los periódicos. Si la vida puede seguir transcurriendo sin novedad, más o menos, sin grandes sobresaltos -buenos días, ¿cómo estás?, saludos a la señora, hacía tiempo que no te veía, gracias, a ver cuando nos vemos y tomamos unos vinos, y así- es porque la inmensa mayoría, al margen de que sea de un partido o de otro, de un sitio o de otro, es gente educada, sensata y que no miente más que lo imprescindible.

¿Ya sabe ahora, sr. Sánchez, quiénes son las personas de bien que tanto le sorprendió? Son las que hacen posible, amigo, poder seguir viviendo. Nada más.

Te puede interesar