Opinión

Morir cristianamente

Hace unos días murió la periodista Paloma Gómez Borrero, en pocas ocasiones he visto tanta unanimidad en los elogios que le dedicaron las distintas personas que le conocían a la hora de honrar su memoria, está claro que al margen de creencias, Paloma era lo que llamamos una buena persona después, que profesara una religión, otra, o ninguna, que rece rosarios , ayune, medite, vaya a misa o comulgue, debiera ser indiferente, aunque tendremos que admitir que en determinadas creencias, religiones, hábitos o costumbres, proliferan más las buenas personas. No sé si me explico. No en vano los pobres acuden a las iglesias y no a los bancos, que es donde está el dinero.

En una entrevista que le hacían con motivo de su muerte, un obispo amigo suyo remarcaba el hecho de que había muerto cristianamente porque le habían administrado los santos sacramentos y las bendiciones apostólicas oportunas. Recuerdo que antes, en todas las esquelas, ahora menos, era unánime el hecho de expresar que la finada o el finado habían sido “confortados con los santos sacramentos y la bendición apostólica de su Santidad”. Yo creo que estos temas de creencias y sentimientos religiosos debieran quedar para la intimidad, pero no podemos olvidar que en otros tiempos, tal vez no muy lejanos, estas cosas tenían consecuencias transcendentales; el que moría con una serie de requisitos, que no siempre eran crematísticamente neutros, se iba al cielo, y sin ellos, al infierno, directamente. Así de simple y contundente, menuda diferencia para un creyente.

El Padre Huidobro, intelectual jesuita que se apresuró a incorporarse al frente de Madrid cuando estalló nuestra triste guerra incivil abandonando su seguro exilio en una capital europea, murió en la cuesta de Las Perdices, en la salida por la autovía de La Coruña, donde, si no lo quitaron los actuales revanchistas 2.0, memoristas históricos, existe, o existía, un monolito recordando la gesta de este joven capellán legionario que con su gran crucifijo en el pecho como única arma, se dedicaba a recorrer las trincheras en primera línea de fuego proporcionando el último consuelo a los moribundos de uno u otro bando hasta que una bala terminó con su misión de salvar las almas de los que caían en combate. Su gran pena era cuando algún miliciano rojo moribundo se negaba a recibir la extremaunción y con ella la posibilidad de subir al cielo al día siguiente. No lo podía entender, la fe tiene estas cosas. Un personaje de película.

Yo soy cristiano porque mis padres me bautizaron como a la inmensa mayoría de los habitantes de este país, sé que en el mundo redondo que habitamos existen muchas creencias y muchas religiones cuyo denominador común de todas ellas es que, aparte de milagros, poderes sobrenaturales, premios, castigos y/o reencarnaciones después del tránsito, cada una de estas creencias sostiene que es la única verdadera, exclusiva y excluyente y que todas las demás son un fraude. En ningún momento he sentido la curiosidad de buscar otras verdades, nunca entenderé las conversiones en otras creencias, es lógico que los humanos, desde la noche de los tiempos, hayan inventado las religiones pensando encontrar en ellas la solución y el consuelo de nuestras miserias. No sé cuando será, aunque con el paso de los años nos podemos ir dando una idea y hacer unos cálculos, solo los suicidas lo saben, pero cuando pasen lista, ¡Presente! Espero morirme cristianamente, Sr. Obispo, amigo de Paloma, al margen de las circunstancias en que se produzca, las indulgencias que me otorguen, los inciensos que me echen, los responsos que me canten, o las bendiciones que me conforten.

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