Opinión

Morir a los veinte años

Cuando apenas habían comenzado a volar por los sinuosos  espacios  de la vida, cuando sus  sueños se  agolpaban  esperando hacerse realidad, cuando se disponían a cubrir las etapas   que esperaban encontrarse   en  los   estudios, trabajo, amor , viajes  y demás cosas con las que  vamos  llenando   nuestra existencia en este mundo, cuando las ilusiones todavía superaban    a las incertidumbres y las  fiestas navideñas  inspiraban  un ambiente  de alegría  y amistad,  esta  joven pareja de  veinteañeros vecinos del valle de Monterrey ,  se encontraron de  bruces   con  la muerte agazapada  detrás de un poste de hormigón en una  estrecha  y olvidada carretera con la colaboración de la mala suerte  que siempre  puede estar  presente en nuestras vidas. 

Los mayores somos conscientes  de que si estamos todavía en este mundo es  porque,  entre otras cosas,  hemos tenido mucha suerte. No cabe duda que la suerte existe, no  en el hecho de que se produzca el accidente no,  aquí son otros factores los que mandan,  en muy pocos casos podemos  decir que la mala suerte ha sido la causa de un accidente, ni en competición, si exceptuamos  casos muy  raros  como el de F. Massa  ,   cuando un imprevisible e invisible   tornillo  que   sale volando  de otro coche  le perfora el casco  y casi le mata,  pero ya digo,  esto es la excepción, la mayoría de los accidentes  se producen por fallos, o bien del vehículo,  o bien  del conductor,  como sucede en la gran mayoría de los  casos,  por eso no podemos achacar a la suerte  la causa  del accidente, pero sí  que es cuestión de suerte,   cuando ya no tenemos  el  control del vehículo y ya no mandamos en la dirección , ni en los frenos,  cuando  las que llevan los mandos   son las  fuerzas de la naturaleza, como la inercia o  la centrífuga que sustituyen automáticamente al conductor ,     cuando  ya nos hemos salido de la carretera,  el que nos encontremos con un  “palleiro”,  con un prado,  unas silvas, o con  un poste de hormigón, eso sí es cuestión  de suerte.  En este caso, una vez producido el fatal accidente, Pablo  y Nerea no han tenido la suerte de haber encontrado  en su trayectoria  algún matorral como los que sin duda existen   en cualquier otro tramo  de esa  carretera,  y que hubiera amortiguado el  terrible  golpe en aquella  aciaga noche de camino a casa.  Solo nos queda acompañar a sus seres queridos en estos momentos de angustia.

 Leo estos días  que en  el  año que ha terminado,  25 jóvenes habían perdido la vida en accidentes de tráfico en Galicia.  La muerte siempre será una tragedia excepto para esos fanáticos iluminados que la utilizan para irse a sus imaginarios paraísos.  Cuando  se trata de jóvenes es mayor la tristeza,  hasta para  aquel viejo tango, 20  años no es nada,  que no será para una vida arrebatada en sus comienzos,  pero también  nos sirve para reflexionar sobre la facilidad  de  la tragedia,   al final es la eterna lucha entre la libertad que  tenemos a la hora de manejar  los mandos;  podemos acelerar, frenar, girar,  y los límites fijados por la naturaleza en cada circunstancia,  da igual que llevemos un coche, un autobús, un fórmula,  una bicicleta o un tren, no  nos hacen falta videos, cuando la velocidad  que ordena  el que lleva los mandos  es superior a la que está fijada en cada curva por la fuerza centrífuga,  nos salimos de la carretera, de  la vía o del camino, inexorablemente,  es así de sencillo, las leyes de la naturaleza no perdonan, son automáticas,  aquí no hay recurso ante el Constitucional que valga,  si rebasamos esos límites,  nos salimos, claro está  que podían haber sido otras circunstancias,  otros trayectos, otros vehículos, otras vías,  otras medidas de seguridad, pero al final, siempre será lo mismo. No busquemos más verdades.

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