Opinión

Nostalgia Ourensana

Vaya por delante que no sé muy bien lo que pueda ser la nostalgia, y que si lo supiera, acaso no sabría decir si es una cosa buena o mala, lo que si sé es que, después de unos días paseando por Ourense, no pude evitar esos recuerdos que surgen cuando vuelves a los lugares por donde has pasado tu niñez y juventud y echas de menos muchas cosas. Tal vez eso sea la nostalgia, sí, las calles, la gente, sobre todo a los que ya se han ido, ilusiones, proyectos, paseos por el parque, tardes de lluvia, en fin, tal vez sea eso, sí, la nostalgia ourensana que supongo también existirá en otros lugares, pero será distinta, otra cosa, ésta es la mía.

El principal motivo de mi viaje (para viajar siempre hará falta un motivo, independiente de que se tarde más o menos tiempo en llegar, si no hay motivo, aunque algún día se pueda ir desde Madrid en una hora, que ya sería correr, no viajaría) fue asistir a una comida que celebramos los supervivientes de nuestra licenciatura de mili, de eso hace 53 años de nada. Afortunadamente estábamos los mismos que el año pasado, bueno, faltó el compañero Antonio Bolaño porque había quedado con su “quimio”, traté de convencerlo cuando lo vi en el Parque de San Lázaro unas horas antes de la comida para que viniera de todas formas, pero vi que no tenía humor para estas celebraciones. Lo comprendo perfectamente porque este tratamiento mata-células es muy pesado y por eso no puedo más que admirar a mi compañero ocasional en estas páginas Julio Dorado, que tiene el coraje de seguir ofreciéndonos sus extraordinarios artículos a pesar de, como escribía recientemente, “su enfermedad -esta sí obsesiva- que me acosa desde hace unos meses como una amante irracional”.

Repito mi admiración por Julio a quien no conozco personalmente pero veo que tenemos muchas cosas en común, aparte de que los dos, al parecer, hemos quemado mucha gasolina por tierra, mar y aire. Comparto en gran manera su enfoque de la vida, que puedo deducir a través de sus escritos, sobre todo el pánico que le tiene, y quién no, a esos fundamentalistas de uno u otro signo, de una u otra religión, que leen y releen, y vuelven a leer sus gastados libros sagrados dando cabezadas. Tanto a Julio Dorado como a mi viejo camarada Antonio Bolaño, les deseo que ganen esa batalla que están librando, pudiendo ser por goleada. ¡Ánimo muchachos!

Ourense sigue siendo la ciudad entrañable de siempre pero hay cosas que se podrían mejorar, sobre todo el entorno de las Burgas, origen de la ciudad y la zona más turística y visitada. El panorama que ofrece el entorno desde el puente de la Alameda deja mucho que desear. Ese bonito edificio en granito de la Plaza de Abastos acosado por esos tenderetes tercermundistas con tejados de uralita afean en gran manera este espacio que debiera ser el más cuidado de la ciudad. Es una pena. Sé que existe un plan desde hace mucho tiempo para mejorarlo pero lo cierto es que pasan los años y las cosas siguen igual.

Ya metidos, me encontré de lleno en la celebración del magosto de la “Irmandade dos vinhos galegos” en el Parador de Santo Estevo, ese invento del inolvidable, el gran Xosé Posada, estaba su viuda Carmen. Me conmovió, sobre todo, esa especie de letanía en la que, después de citar el nombre de cada irmandiño ya desaparecido, respondiamos los demás ¡bebe por nos! Cómo se nota la mano del inventor y políglota de todo por excelencia, el gran José, Pepe, Pepiño, posteriormente o Xosé. ¡Mon Dieu!, será por idiomas. De esta forma, después de nombrar al Sr. Tal, contestábamos todos.

¡Bebe por nos! sr. Cual, ¡bebe por nos! sr. Tal y Tal, ¡bebe por nos! Y así.

Ya sé lo que es la nostalgia ourensana, ya sé lo que es querer y añorar a los ausentes, y volver, volver, volver a recordar. Y ya sé lo que puedo esperar de mis amigos cuando los viajes se acaben, cuando las luces se apaguen, cuando ya solo quede el recuerdo y tú ya no estés. Que alguien me invite a brindar junto a los amigos con un “vinho galego” desde la otra orilla, al infinito y más alla. ¡Bebe por nos!

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