Opinión

Policía voluntario

La noticia que leía en La Región el pasado día 18 de marzo, en la que un joven de 30 años se presenta ante la alcaldesa de A Bola; doña Teresa Barge, ofreciéndose para trabajar gratis como policía local voluntario en esa localidad, aparte de que sería una gran inspiración para una película de Berlanga, o para una parrafada de Gila, ofrece también una serie de consideraciones que nos da una idea de cómo funciona en nuestro país todo lo que se relaciona con el estamento público.

Lo primero que salta a la vista, es poder comprobar la cantidad de buena gente y confiada que afortunadamente sigue habiendo en nuestra tierra. Tanto la señora alcaldesa como su ayudante le dan la bienvenida a este joven forastero que no conocían de nada, venía de Teo (A Coruña) pero estoy seguro que harían lo mismo si viniera de Sevilla o de Madrid, y en un “pis pas”, le ponen a su disposición un vehículo, supongo que con su combustible correspondiente, una pistola y su uniforme de policía municipal.

Solo saben que se llama Adrián, no citan su apellido y así deduzco que ni siquiera vieron su DNI, ni carnet de conducir. No sé nada de esta historia que no sea lo que aparece en la noticia de La Región, pero me da la sensación de que el tal Adrián debe ser un tipo educado, de buena presencia y con dotes de persuasión, y esto es ya tan poco frecuente en el mundo joven de hoy que debió ser suficiente aval para que, con su sola presentación y modales, se le abrieran todas las puertas en el ayuntamiento de A Bola.

Deduzco que debe ser un tipo educado, porque lo primero que hizo, una vez que le enseñaron los límites de su territorio “apatrullable”, fue acercarse a Celanova y presentarse a sus “compañeros” de profesión en una visita de cortesía que demuestra sus buenas intenciones de colaboración, al mismo tiempo que les hacía partícipes de su entusiasmo y felicidad en su primer día de trabajo como policía municipal de A Bola. No cabe duda de que aquí subyace una vocación de servicio público. Como todo esto son suposiciones mías, voy a seguir adivinando; una vez que su señoría que le toque, considere que estamos ante una travesura sin mayores consecuencias, barrunto que nuestro protagonista, Adrián, vecino de Teo, se decante por la carrera política.

 Si no fuera por su ingenuidad, que le llevó a acudir con la mejor intención de presentarse y ofrecerse para una posible colaboración entre las fuerzas del orden vecinas, y que al final supuso su detención y el final de la aventura, creo que no sería difícil suponer que, podría haber estado patrullando feliz con su vehículo oficial por A Bola durante bastante tiempo, consiguiendo la aprobación de sus vecinos y tal vez, haber logrado que, lo que había comenzado con un fraude, hubiera encontrado un final feliz . Ha sido una pena.

Al margen de la chapuza que, sin lugar a dudas, está presente en toda esta historia, tenemos que reconocer que esto solo puede suceder en la confiada Galicia, sobre todo en estos tiempos de miedos, incertidumbres y penurias. Una tierra acogedora que está siempre dispuesta a dar la bienvenida al forastero, al turista, al peregrino, y que se dispone a cambiar su idioma, si lo conoce, por el del forastero, al contrario de lo que hacen en otras latitudes que siguen hablándote en su lengua, aunque sepan que tú no los entiendes, solo lo cambian rápidamente si te quieren vender algo.

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