Opinión

El precio de las vacunas

Cómo en la religión/ religiones, lo relacionado con las vacunas, sobre todo, las creadas para luchar contra el coronavirus, es cuestión de fe. Hay quien cree ciegamente en ellas y se ha peleado para saltarse el turno e inocularse lo más rápido posible y, por el contrario, los hay que reniegan de su eficacia convencidos de que son perjudiciales y van a dejar secuelas lesivas a quien se las ponga.

Como pasa siempre, los que están a favor están completamente seguros de que son buenas, magníficas y llenas de ventajas, y los que están en contra, también están igualmente convencidos de que son malas, horribles y que traerán nefastas consecuencias a los que se vacunen. Lo triste de esta situación, la misma que padecemos cuándo abordamos cuestiones políticas o religiosas, es que ni unos ni otros dan lugar a una cosa que sería lógica en estas circunstancias: La duda, pero quita, quita, nada de dudas, los unos y los otros/as lo tienen claro, clarísimo y hacen apostolado de sus respectivas posturas, cuándo lo único verdaderamente claro y evidente es que uno de las dos está equivocado, pero nada, nada, si volviera a nacer, volvería hacer lo mismo, que es la clásica respuesta de los iluminados de siempre, sea el tema que sea, y así nos va, entre radicales, extremistas y fanáticos de unos y de otros, anda la vaina. Lo típico del país y del mundo, lo que se lleva, lo que está de moda en estos tiempos donde las desgracias naturales parece que se hayan confabulado con las producidas por la imbecilidad humana que está que se sale, brasa a tope. En modo talibán.

Los que sí están seguros de la eficacia de sus vacunas y de sus magníficos efectos para controlar el coronavirus, aunque haya que poner más dosis, son los laboratorios que las fabrican que, en contra de los más elementales principios que rigen en cualquier proceso de fabricación, sea el producto que sea, las primeras unidades, (prototipos) son las más caras y después, al normalizarse las diferentes fases de fabricación y aumentar la producción, bajan los precios. Esto ha pasado siempre, en cualquier producto. Cuándo salieron los primeros teléfonos móviles que pesaban una barbaridad y ni siquiera sacaban fotos ni tenían internet, ni podías enviar un whatsapp, costaban, en pesetas, lo equivalente a unos 3.000 euros. Ya vemos lo que cuestan ahora.

Pero aquí no, en la fabricación de las vacunas, pasa al revés, hay que echarle huevos. El laboratorio de Pfizer ha subido de 15 a 19,50 euros, y el de Moderna, de 19 a 21 euros, la dosis. Tiene bemoles, además, esto de la dosis se las trae, tiene su coña, si no fuera por el drama que hay en el fondo de todo esta historia, es para partirse, porque es como si los que venden las patatas en Xinzo da Limia, en lugar de fijar sus precios por kilos, en bolsas o en sacos, lo hicieran por unidad de patata, más aún, por cada trozo de patata en que la dividimos para cocer unos cachelos con chorizo de cebolla del Requeno, avisando además, de que con un buen cuchillo afilado, de cada patata se pueden sacar seis trozos, no cinco y cobrarlo por trozos, digo dosis. No va más, señoras y señores. Hay que fastidiarse, por decirlo fino.

Todo lo que rodea a esta pandemia del coronavirus está rodeada de un misterio que me río yo de los tradicionales a que estamos acostumbrados y que no menciono no sea que la tengamos, porque cada uno tiene los suyos. Cómo las manías. ¿Por qué son femeninas las manías? ¿por qué no maníos? Esto habría que discutirlo, estamos discriminados, pero bueno, eso es otra historia.

A lo que íbamos, el día que sepamos por qué no se habla ahora del famoso fármaco de Porriño, el Aplidín, que por lo visto era muy eficaz contra el coronavirus, o por qué no sabemos, después de tanto tiempo y de tantos muertos, si el tratamiento, entre otros, con la ozonoterapia es o no eficaz, o por qué no terminan de salir adelante las vacunas del CSIC, habremos despejado algunas incógnitas sobre esta desgracia que padecemos.

Lo que sí nos está dejando claro, una vez más, toda esta tragedia, es que cuándo se juntan, cómo en la industria farmacéutica, o en el de las compañías eléctricas, el dinero con la necesidad, el negocio está asegurado.

Y el drama también. 

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