Opinión

El síndrome de la trascendencia

Sí, de acuerdo, para esto hay que ser mayor y acordarse de cuando mi contemporáneo, el brasileiro Roberto Carlos, (nacimos en el mismo año) cantaba aquella vieja canción que en parte, decía: “Yo quisiera ser civilizado como los animales”. Aunque no lo especificaba, está claro que la comparación se refería a los llamados irracionales, porque, como sabemos, animales, animales, lo que se dice animales, vertebrados o invertebrados, con pelos o con escamas, le somos todos. ¿Verdad? Lo que pasó es que el homo sapiens y señora, ha ido evolucionando a través de los tiempos y, poco a poco, pasito a pasito, y con miles y miles de años de transición, hemos llegado hasta aquí, encontrándonos de frente con este convulso mundo en que vivimos entre dudas e incertidumbres, intrigas, desafíos y amenazas, donde la confusión reina por todas partes y por todos los continentes sin atisbo alguno de que un día consigamos caminar por el camino de la sensatez.

Porque ya no sabemos si vamos o venimos, si avanzamos o retrocedemos, reímos o lloramos, o si la violencia es machista, económica, nacionalista, doméstica, de género, de chiste o esperpéntica, o que ya ni siquiera es violencia, que era amor intenso, que era de broma, tú, que íbamos de merienda, tío, no sé, no sabe, no contesta, no sabemos, pero lo que sí sabemos es que no nos encontramos bien, no estamos a gusto, no conseguimos la paz en nuestros adentros, no logramos ese ansiado sosiego , es decir, como que nos duele algo; tal vez sea la cabeza, el corazón o quizás el alma, no sé, pero la verdad es que nos puede ese jodido come-come que se instala en nuestras vidas por las mañanas al escuchar las primeras noticias, los primeras mentiras, primeros insultos, primeras provocaciones, o los primeros aplausos de los fanáticos de siempre que están encantados de pescar en ríos de fango o en calles llenas de entusiastas y alegres manifestantes en defensa de su trabajo, de su pensión o de sus derechos, pero en las que inevitablemente aparecerán los líderes de turno; algunos viven de ello, es su profesión, que pondrán todo su empeño en enfrentarnos; los hombres con las mujeres, los de allá con los de acá, los empresarios con los trabajadores, los nacionales con los nacionalistas, los de las banderas con los de los pendones y los revoltosos con las/los pacíficos. El caso es liarla.

Lo que sí nos diferencia totalmente de estos animales a los que se refería el amigo Roberto Carlos, es ese afán de trascendencia que tenemos los humanos, ya no digamos los políticos, que siguen pensando como en los tiempos del “atado y bien atado”, que sus actuaciones son fundamentales y trascendentales, que sin ellos y sus directrices estamos perdidos para siempre, aquí y en el más allá, seguimos igual, esto no cambia, a pesar de las abundantes demostraciones que nos depara la historia, antigua y reciente, de lo intrascendentes que con el paso del tiempo, han resultado muchas afirmaciones, juramentos y principios que sus protagonistas siempre pensaron que serían fundamentales y definitivos. De las pocas cosas que los humanos podemos aspirar a trascender, como el resto de las especies, pero además, con posibilidad de crear estirpe, es dejando descendencia y, para colmo de desdichas, entre egoísmos, oginos y abortos, está en regresión. ¡Vaya por dios!

Todos queremos un mundo más justo e igualitario, pero sabemos que, precisamente, vivimos en un mundo desigual e injusto por naturaleza donde el bienestar, la salud, la miseria o la muerte se adjudican de acuerdo a unas leyes que nunca sabremos como se promulgan pero que, luchando como lo hacen las mujeres, tal vez algún día podamos conseguir un mundo mejor para todos.

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