Esto es lo único que se me ocurrió decirle a un nieto de un amigo de apenas diez años llamado Raúl y que lo vi muy preocupado con estas cosas de referendums y elecciones que nos traemos los mayores pero que influyen en los que todavía no tienen edad de participar en estos saraos sin que podamos evitar las consecuencias de estas consultas, como en el caso del reciente referendum de los británicos en el que las nuevas generaciones, que mayoritariamente querían la permanencia en Europa, se verán afectadas irremediablemente en su futuro por las decisiones, tal vez equivocadas, de sus mayores que, por una ligera mayoría, votaron a favor del Brexit.
Reconozco que me quedé sorprendido por las inquietudes de este niño respeto a estas cuestiones y lo bien que exponía sus razonamientos, por suerte o por desgracia, la infancia de nuestra generación no tenía esas preocupaciones y a nuestros mayores, en aquellos tiempos oscuros de dogmas infalibles y adhesiones inquebrantables, no les daban la oportunidad de decidir sobre quien les tenía que dirigir, o a donde tenían que pertenecer, todo estaba claro, meridianamente claro, tal vez demasiado claro.
Es un misterio el saber cuando a los humanos se le empieza a encender la llama de la ideología en su sesera, a que edad un niño o una niña empieza a considerase una personita de izquierdas o de derechas, conservador o progresista, radical o moderado, terco u obediente, dócil o rebelde, delantero o defensa. Vemos que alguna vez esta, llamémosle vocación, está inculcada en origen por sus progenitores, como es el caso, entre otros, de Pablo Iglesias en el que sus padres ya le bautizaron de acuerdo a una ideología, que en este caso parece ser que les ha salido bien ya que su vástago ha seguido al pie de la letra los ideales de sus progenitores, pero no siempre es así, recuerdo el caso del hijo de un ministro franquista que, educado desde niño bajo los principios fundamentales del movimiento, les salió un comunista radical, de aquellos que se les llamaban de la “cáscara amarga” con la tragedia que supuso esta condición para toda su familia en aquellos tiempos.
Pues ya ves, Raúl, ganaron los del Brexit, los que quieren irse, los que quieren aislarse aún más, yo creo que ha influído mucho en todo este asunto el tema de los refugiados, sobre todo los mayores tienen mucho miedo, es típico, pero no te preocupes, estas cosas no hay que darles mayor importancia, lo que te decía, es un juego, los mayores somos así. Lo lamentable es que estos juegos apenas los organizan unos cuantos que toman la iniciativa y los demás vamos de comparsas. Pero ¿qué sabrán ellos, pobrecitos, lo que es mejor o es peor? Me produce un profundo pesar ver esas demostraciones de alegría y de euforia de los vencedores como si acabaran de ganar una final de fútbol. ¿Qué sabrán?
A propósito, quiero recordar aquella conocida y vieja leyenda china, la del granjero que tenía un hermoso caballo con el que araba sus campos y que un buen día se le escapó a las montañas, sus vecinos le consolaban, qué mala suerte, le decían, y el grangero siempre les contestaba. “Mala suerte, buena suerte. ¿Quién sabe?”. Pasados unos días, el caballo regresó acompañado de otros salvajes que se quedaron en su cuadra, los vecinos esta vez le felicitaban, qué buena suerte, el grangero les respondía “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”: Un día su hijo, tratando de domar a uno de estos caballos, se cayó y se rompió una pierna, que mala suerte, pero al poco tiempo llegaron los militares a reclutar a los jóvenes del pueblo para ir a la guerra y se llevaron a todos menos a su hijo por estar escayolado. “Buena suerte, mala suerte ¿quién sabe?” Respondía siempre el granjero.
Los que amábamos la velocidad, nos teníamos que conformar corriendo con aquellos “hierros” de setenta o noventa caballos, tal vez por eso algunos aún seguimos vivos. En principio, la lotería es buena, si nos hubiera tocado, seguro que correrímos con algún “perolo” de 400 CV. Buena suerte, mala suerte. ¿Quién sabe?
