Opinión

Todos sabemos lo que pasó en la curva de Angrois


Está bien que se celebre el juicio por el accidente del AVE en aquel ya lejano 24 de julio del año 2013 en las proximidades de Santiago, está bien, da trabajo a mucha gente: testigos, abogados, periodistas, etc., y tal vez algunos consigan algo, es posible pero un juicio debiera servir para encontrar respuesta a las incógnitas que siempre pudieran intervenir en un accidente, pero aquí todo está claro, muy claro, todos sabemos lo que pasó aquel día, todos sabemos por qué se produjo ese desgraciado accidente. Este juicio no nos va a proporcionar ninguna sorpresa, no nos va a aclarar nada, porque este accidente (aunque no tengamos un vídeo, como en este caso, en que, quizá por primera vez en el mundo, hemos podido comprobar que también los trenes derrapan) es exactamente igual al que se produce todos los días en todas las curvas del mundo, ya sea en una vía, carretera, circuito o autopista. 

Cuando un vehículo, sea un tren, coche o bicicleta, rebasa la velocidad que tiene establecida en ese punto la ley de la naturaleza, es decir, la fuerza centrífuga, ese móvil, se sale irremediablemente por la tangente, siempre, de día o de noche. Como en todas las leyes de la naturaleza, aquí no hay excepciones, indultos ni perdones.

También sabemos todos, y todas ( se me olvidaba) que puede haber múltiples causas y circunstancias que hayan intervenido en ese accidente, como en todos. En este caso, desde el que proyectó la obra, el que desconectó las medidas de seguridad, el que llamó por teléfono al maquinista, hasta los que fabricaron el tren, pero siempre que los mandos que permiten frenar y acelerar un aparato que navega por el mar, vuela por el aire o circula por la tierra, dependan de una sola persona humana, será ella, solo ella y en exclusiva, con intención o sin ella, porque no está en condiciones o porque se durmió, la que tiene la facultad de accionar los mandos y pisar el freno o el acelerador, y conseguir la velocidad adecuada a esa curva.

Esto será siempre así hasta que los automatismos no se incorporen a la conducción y por ese camino vamos; pero mientras eso no ocurra, todo estará en las manos o en los pies, mejor dicho, en la cabecita, del o la que lleve los mandos.

Estamos en unos tiempos de transición a las máquinas, como en todas las transiciones es un período complicado donde tenemos que convivir con los dos sistemas. El otro día llevaba un rato “hablando” con una máquina que, a través del teléfono, me iba indicando si quiere esto, pulse el uno, si quiere lo otro, pulse el dos, si desea que se lo lleven, pulse el tres, etc.. Estaba a punto de llegar a un entendimiento, cuando escucho otra opción: si quiere que le pongamos con una operadora -sí, no me dijo operador- marque el cinco; bien, me dije, póngame con una, o un humano. Pulsé el cinco, gran error, después de unos minutos de lo que podemos calificar de una conversación convencional entre personas humanas, he tenido que decirle: muchas gracias, ha sido muy amable, pero, por favor, póngame otra vez con la máquina que ya casi lo teníamos solucionado.

Como podemos comprobar en las declaraciones que hacen en este juicio los numerosos abogados y testigos, hay muchos responsables, directos o indirectos, que pueden tener culpabilidad en este trágico accidente, pasa en todos. Las circunstancias y las culpas pueden ser infinitas, me extraña que nadie haya citado a la fuerza centrífuga como la verdadera culpable de los accidentes que se producen todos los días en todas las curvas del planeta, ya sea en una vía, carretera o autopista, pero ante las fuerzas de la naturaleza, nos resignamos, simplemente, como lo hacemos ante un terremoto, huracán, tsunami o la muerte misma.

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