Opinión

Tristeza, simplemente

Para que nos vamos andar con rodeos. ¿Qué tal estás?, me preguntaba un amigo, también confinado, también mayor, incluso más viejo, con sus consabidos factores de riesgo, faltaría más, como si fuéramos toreros, no te digo, con patologías previas y seguro que también futuras, claro. Tiene de todo; vejez, próstata, artritis, lo de siempre, ya sabemos. ¿Que cómo estás? Pues estoy triste, amigo, sí, triste, pero no lo de aquel juego de la infancia, de tres tristes tigres, no, no, triste, de tristeza, simplemente, vamos, que tal vez ya esté considerado como otra patología previa en caso de internamiento, pero esa es la verdad, triste, pero no por mi, sino por causas externas; por la incomprensión, por la chapuza, por la estupidez, que llega un momento en que parece que hay que aclarar que los estornudos ya existían antes de ese dichoso coronavirus de los huevos, que el miedo y la idiotez siempre estuvieron presentes en los humanos, sobre todo cuando hay tormentas, y que no hay nada nuevo bajo el sol, sí, sí, de acuerdo, pero es que ahora, con tanta tecnología, con tanto robot, con tanto 5G y sobre todo, con tanto imbécil, ya ni se sabe contar los muertos, y nos parece que son poco quinientos, en veinticuatro horas, porque hace unos días eran casi el doble. Sobre todo, estoy preocupado por el futuro, por las nuevas generaciones, por nuestros hijos, por nuestros nietos. Vaya mundo que les estamos dejando.

Cuando nuestros hijos nos llaman a todas horas desde sus confinamientos, interesándose por nuestro estado y dándonos instrucciones de como tenemos que afrontar la situación, alarmados por las noticias que les llegan de Madrid, siempre les digo lo mismo; preocuparos de vosotros y de los vuestros, nosotros estamos bien, no os preocupéis, hemos vivido nuestra mejor etapa, lo hemos hecho lo mejor que pudimos, hemos tenido nuestras oportunidades, una existencia con más o menos problemas, proyectos e inquietudes, pero viendo el panorama, nos preocupa más vuestro futuro, tal vez lo tengáis más difícil porque la sociedad, si bien avanza a pasos agigantados en ciertos aspectos, la imbecilidad, nos da la sensación de que lo hace a mejor ritmo y de pronto aparece un puñetero virus que pone en evidencia a todos los científicos y a todas sus máquinas sembrando la muerte por todo el planeta, y ahora aquí ya no valen las chorradas y los insultos, ya no se oyen a los agitadores; Valtonic, CDR, ni los Willy Toledo y demás bocazas de turno con sus exabruptos y blasfemias, no, ahora aquí lo que hace falta son currantes, héroes a pie de supermercado, de carretera, farmacia, hospital, cama o tanatorio. 

Porque, para más desconsuelo, ya no se puede visitar a los enfermos ni se entierra a los muertos dándoles el homenaje que se merecen en su despedida después de una vida de trabajo y sacrificio. No puedo evitar el recuerdo de la reciente muerte de Doña Pacita, o tía Pacita para los allegados, una institución en toda regla en la ciudad de Ourense al frente, junto con su sobrino; mi amigo y compadre; Manolo Carballo, de unas de las pocas empresas centenarias que quedan en la ciudad; “La Casa de los Lentes”. A Pacita la conocían y apreciaban todos los orensanos porque atendía personalmente a los clientes y amigos con delicadeza y cariño, nunca se jubiló y seguía acudiendo puntual a su trabajo todos los días porque disfrutaba con lo que hacía, ya cumplidos los cien años conservaba una memoria prodigiosa. Recuerdo el último día que la vi, después de más de un año sin vernos, ya pensaba que no se iba a acordar de mí; increíble, me dejó impresionado. ¿Cuánto tiempo? ¿Qué tal tu mujer? ¿Y tus hijos? Nadie diría que tenía en esos momentos cien años y conservaba toda su lucidez.

Cuando todo Ourense acudiría a su entierro para darle la despedida que se merecía esta extraordinaria mujer, por la crisis del coronavirus, está limitado a tres personas las que pueden hacerlo, otra cosa que tendrá que quedar pendiente para cuando termine esta miseria. Siempre la recordaremos sentada a su mesa, al entrar a la derecha del local, pasando inadvertida pero enterándose de todo lo que se movía por allí. Descanse en paz.

Mientras tanto seguimos una semana más en este confinamiento sin fin viendo las calles vacías y escuchando las últimas noticias sobre la tragedia. Cuando se están muriendo, entre otros, prestigiosos médicos y sanitarios y nuestros científicos reconocen su dificultad en combatir esta pandemia, nuestros dirigentes se pasan los días explicándonos sus estrategias. Tal vez sería mejor que, en lugar de tratar de explicarnos lo inexplicable, se limitaran a cantarnos a coro aquella vieja canción del brasileiro Vinicio de Moraes: “Tristeza nao tem fim….”

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