Opinión

Derechos humanos

Sístole y diástole, el corazón de la inmensa China prosigue con sus movimientos acompasados, imperturbable ante lo que piensen en el resto del mundo. Sístole, admisión de facto de la existencia de Taiwán, la pequeña China; diástole, represión en Tibet. Una de cal y otra de arena. Empecemos por lo positivo, el presidente electo taiwanés, Ma Ying-jeou, acaba de declarar que ambos pueblos chinos, el demócrata y el comunista, forman parte de la misma nación, no desde el punto de vista político, claro está, sino étnico. Y lo que es más importante, Taipei ha mostrado el deseo de entablar un diálogo con Pekín (Beijin) para hablar de la nueva situación planteada tras el resultado de las elecciones. El recientemente elegido jefe de Estado de la isla estudió en las universidades estadounidenses de Nueva York y Harvard, tiene por tanto formación occidental y a pesar de ello, es el preferido del régimen de Pekín, al que irrita el nacionalismo a ultranza de ciertos políticos taiwaneses. El asunto lo conoce bien Ma aunque no sea más que por haber nacido en Hong Kong, enclave confrontado a un problema similar que por cierto se resolvió por la paciente negociación. No echemos las campanas al vuelo, pero es evidente que baja la tensión entre las dos chinas separadas por el estrecho de Formosa, convencidas ambas de que la única vía es el diálogo y no la fuerza. Ahora bien, no faltan las notas negativas. Al tiempo que se muestra flexible con Taiwán, la China comunista es implacable con Tíbet, donde sofocó en marzo las revueltas callejeras en la capital, Lasa, con un saldo de un centenar de muertes y más de mil heridos, según calculan las organizaciones humanitarias. De resultas, en Tíbet se concentran todas las miradas a cinco meses de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y la marcha de la antorcha olímpica queda salpicada a lo largo de todo su recorrido por manifestaciones antichinas y protibetanas de país en país y de capital en capital.


Las últimas, multitudinarias, en Londres y en París, ciudad ésta en la que la antorcha tuvo que viajar algunos tramos en autocar para evitar que los manifestantes la apagaran. Precisamente en París los monjes budistas hallaron un aliado incondicional en la persona del presidente Nicolas Sarkozy, defensor de todas las causas que puedan redorar su imagen, en caída libre en los sondeos y más ahora cuando se dispone a someter al país a un drástico plan de austeridad. Para hacer olvidar a los franceses la difícil coyuntura y la traca de déficits que afectan a la economía, el jefe del Estado galo está dispuesto a abogar a favor del cumplimiento de los derechos que se hallan en precario en cualquier parte del mundo, cuanto más lejos, mejor, como la demanda de libertad para la ex candidata a la presidencia colombiana Ingrid Betancourt, secuestrada en su país en algún lugar de la selva por la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Para no salir de la primera página de los periódicos, el singular mandatario, apodado señor bling-bling por dejarse atraer por todo lo que reluce, quiere estar todos los días en el candelero. Otra cortina de humo para desviar la atención: Sarkozy no piensa asistir a la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos si China sigue aplicando mano dura en Tíbet. Naturalmente, saltó sobre la ocasión cuando se le presentó la oportunidad de salir en defensa de las tesis del Dalai Lama y de criticar la represión china en Tíbet como si se produjera a las puertas del Palacio del Elíseo.


A tal estadista sui generis, sólo le redimen acciones como ésta en pro de los derechos humanos, cuya declaración universal celebra por cierto este año en diciembre su 60 aniversario y que es, sin duda, la única ideología válida existente.


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