Opinión

El desquite de los hispanos

Los cuarenta millones de hispanos de Estados Unidos, la mayor de las minorías del país, pueden resultar decisivos en las elecciones presidenciales estadounidenses del próximo mes de noviembre, comicios siempre tan disputados que a veces los decide un puñado de votos. El idioma español -transmitido por las madres y por tanto sagrado-, las costumbres, la cultura y la religión forman la argamasa de esta comunidad distribuida por el inmenso mapa norteamericano pero muy visible en estados como California, Nevada, Arizona, Nuevo México, Tejas y La Florida. Si estuvieran concentrados, los hispanos podrían constituir el 51 estado de la Unión, su fuerte natalidad en los últimos años les da ahora carta de naturaleza política.


Llamados también latinos aunque se hayan olvidado de que tal gentilicio procede del valle romano del Latium, no les han regalado nada, pasó mucho tiempo hasta que convirtieron su peso demográfico en influencia electoral, lo han trabajado a pulso tras haberse dado cuenta de su poder. Están muy orga nizados, tomaron posiciones en los sindicatos, se reúnen cada año en un Congreso Latino, y cuentan ya con líderes influyentes como Fabián Núñez, presidente del Parlamento de California, o Antonio Villaraigosa, alcalde de Los Angeles. Generalmente su voto va al Partido Demócrata pero el efecto anti Castro de los cubanos que viven en EEUU ha convertido a La Florida y a Miami en un feudo del Partido Republicano.


Mientras tanto la elección a presidente de los EEUU, cargo de mayor poder del planeta, ya casi es cosa de tres tras el ’supermartes’ del pasado 5 de febrero. Un campo se clarifica, el republicano, donde el senador John McCain va ganando por abandono de sus rivales. McCain, de 71 años, curtido en mil batallas -algunas con fuego real, pues fue prisionero de guerra en Vietnam- es un candidato atípico de fuerte personalidad. Los norteamericanos designan a políticos como él con la palabra ’maverick’ (inconformista), y en este caso llevan razón: defensor de los derechos de los homosexuales y opuesto a la política fiscal de George W. Bush son dos rasgos entre otros muchos que hacen de él un republicano aparte, máxime si preconiza proseguir la guerra hasta aplastar toda resistencia en Iraq, remover la tierra hasta encontrar a Osama Bin Laden y acabar con Al Qaeda. No parece tener todas las de ganar.


Según todos los pronósticos, el próximo inquilino de la Casa Blanca será o bien la senadora Hillary Clinton o el senador Barack Obama, dos demócratas que pugnan por el puesto. Ambos prometen retirar las tropas norteamericanas de Iraq. La señora Clinton, de 61 años, representa la experiencia; Obama, de 47, la novedad indudablemente: sería el primer presidente negro de Estados Unidos, afroafricano como se dice en lenguaje políticamente correcto. Pero ambos tienen que contar con los hispanos, condición sine qua non ya para ganar las elecciones norteamericanas. Su voto cuenta, los programas electorales se hacen pensando en ellos y tienen la capacidad de inclinar el fiel de la balanza, como ahora. Justo desquite para unos inmigrantes en una sociedad formada por inmigrantes.

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