Opinión

Italia, ’Imbroglio’ y basuras

Italia y España no son rivales, no tienen zonas de rozamiento o de disputa sino simpatías mutuas, carecen de frontera que las aleje. Ahora, España ha adelantado a Italia por primera vez en la historia en ciertos parámetros económicos, pero a los italianos tanto les da y además se hallan inmersos en un buen ’imbroglio’, una de sus vicisitudes cíclicas; en realidad, una nueva manifestación de la crisis permanente que agarrota su sistema de gobierno. No les extrañará a los italianos, es su estado natural y lo contemplan con distanciamiento e, incluso, con una sonrisa amarga y fatalista. La corrupción está en el origen de tanta inestabilidad. En una charla con el director del prestigioso periódico ’Corriere della Sera’ que sostuve hace cierto tiempo, argumentaba yo que corrupción había en todas partes y él negaba obstinada y amablemente con la cabeza. ’No, no -me explicó- en Italia la corrupción es capilare, alcanza a todo el cuerpo social, como los vasos sanguíneos capilares del sistema venoso irrigan todo el cuerpo humano’. Ca-pi-la-re, repitió varias veces separando las sílabas de forma irónica, criticando la realidad italiana sin importarle hacerlo delante de un periodista extranjero. Pues bien, en esta ocasión también es la corrupción la causa y razón de lo sucedido: la mujer del ministro de Justicia, Clemente Mastella, está siendo investigada por un caso de corrupción y, como venganza, el ministro retira su apoyo a la coalición y provoca la caída del Gobierno de centroizquierda del primer ministro Romano Prodi, que duró un año y ocho meses. De nada le valió a Prodi su proverbial tranquilidad de Don Tancredo -algunos le acusan de pasividad- ante la galerna de la política italiana, pero poco podía hacer en medio de la tempestad. Después de haber seguido por la CNN las encrespadas sesiones del Parlamento italiano, después de oír las imprecaciones de sus senadores que utilizan la cámara para insultarse, después de haberles visto al término de la sesión beberse unas cervezas de pie en sus escaños para dar más ímpetu a sus gritos, como si estuvieran en una taberna, la democracia italiana queda muy mal parada.


Da un poco de vergüenza. El presidente de la República, Giorgio Napolitano, no quiere disolver las cámaras, prefiere aprovechar la ocasión para realizar consultas con los distintos partidos al objeto de reformar la nefasta Constitución y más tarde convocar elecciones. Anda por ahí la especie de que Italia funciona mejor sin Estado, de que no necesita Estado. Pero la prueba de lo contrario está a la vista: un sistema que acumula exageradamente partidos políticos -hoy hay 39- no puede ser sano. A la presente Constitución le había dado los últimos toques el ex presidente Silvio Berlusconi, que no es precisamente un dechado de honradez democrática. Ahora el ambicioso hombre fuerte y multimillonario acecha de nuevo, según las crónicas, y tratará de pescar otra vez en este río revuelto. La inmensa acumulación de basuras causada por la larga huelga de Nápoles, tan difundida urbi et orbi por los medios de comunicación, es -¡qué le vamos a hacer!- la mejor imagen para describir en lo que se ha convertido la política italiana.

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