Opinión

Emérito

Es el vicejarrón chino por excelencia que, aunque valioso y nadie sepa dónde colocarlo, su presencia se hace notar porque fue siempre así, figurín o figurón, y ahora va camino de convertirse en un emérito más. Alfonso Guerra acumula a lo largo de su carrera política lo bueno, lo malo y lo peor. Lo bueno sus primeros años en el gobierno socialista -ahí los que ahora le ríen las gracias le crucificaban-; lo peor fue la corrupción que se lo cargó, y lo malo es que ahora se ha convertido en una caricatura de sí mismo con sus declaraciones sobre Yolanda Díaz, o la censura. Y, como el rey emérito, sus últimas apariciones se lo ponen difícil a quienes quieren analizar su figura, que tienen que reconocer sus aportaciones políticas pero que censuran su forma de proceder en los últimos años y no por lo que diga sobre su partido o Pedro Sánchez -y la utilización que hacen de ello sus adversarios, encantados de que les “dé caña” a los suyos- sino por lo que dice cuando se hace el graciosillo.

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