Opinión

Salmerón

En el epitafio de la tumba de Nicolás Salmerón, presidente del Gobierno durante poco más de un mes de la I República Española, se puede leer: “Dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte”, la de unos militares que habían colaborado con los cantonalistas. En ese caso se trataba de una muerte física. Pero ahora sabemos que hay otro tipo de muertes, la muerte política, la muerte civil, que se producen después de que algunos hayan firmado esa sentencia. Podrían no haberlo hecho, haber sostenido sus firmes convicciones sobre la honradez y la inocencia de alguien que ha muerto sin condena. Quienes la firmaron no mantuvieron “la rectitud inflexible de su espíritu”, como Salmerón. Pero prefirieron el poder. Ahora reparten culpas.

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