Opinión

Y de alcalde, ninguno

Si no estuviésemos hablando de la vida pública y del futuro de Ourense, la psicodelia en la que vive el alcalde Jácome resultaría cautivadora. Con un gobierno de 3 ediles y una oposición de 24, sin sus viejos socios y con sus nuevos enemigos, con una descomunal lista de tareas y la credibilidad en picado, Gonzalo dedicó la tarde del sábado a desacreditar una encuesta que todavía no se había publicado y el domingo a reafirmarse vehementemente en sus prejuicios. En el mollar del sondeo prefirió no entrar. Ayer confesó en El Progreso que se esfuerza en ganar la liga mientras mira de reojo a sus rivales. En realidad es ese declinante entrenador de fútbol que antes del partido clama contra la longitud del césped, pierde 5-0 sin tirar a puerta y después se va a su casa quejándose del árbitro. ¡Teníamos todo en contra! 

Las tendencias conspiranoicas de Jácome no son nuevas pero hay otra tendencia en el sondeo publicado en La Región que no escapa a nadie. Casi tan abrumador resulta las aplastantes cifras en contra de la gestión del regidor –luego recordamos los datos- como el descrédito que sufren los líderes de la oposición. Nadie aprueba y la única mayoría que suman Villarino, Vázquez, Araújo y Seara es en contra: el 56% de los encuestados no quiere a ninguno de los cuatro con el bastón de mando. Llegados a este punto, dicen preferir que se arreglen para elegir a otro como sucesor de un alcalde censurado por propios, extraños, expropios y Telmo Ucha. 

¿Quién lo iba a pensar? Dos meses mirando al vacío –y mucho tiempo más de estrategias y posturas erráticas- están pasando factura a los llamados a solucionar el embrollo en el que entre todos –con muy variados grados de responsabilidad- habían ido metiendo a Ourense. De ello Jácome fue el reactivo, colándose por las rendijas que iba dejando la “nomenklatura”. Llegado al poder por carambola -elijan otro sustantivo si prefieren-, la vida real de la gestión lo ha terminado de desnudar. Hasta aquí, la lógica democrática y sus hijos bastardos. Pero el verdadero problema para los vecinos es el hoy: la acción política se ha cortocircuitado y no parece capaz de solucionar la crisis institucional de una ciudad liderada por un hombre reprobado por el 80% de los sondeados. 

La oposición echa cuentas y piensa en las urnas del 2023. Qué más les da que queden dos años y medio. “Yo me aprovecharé de la crisis de DO”, pensará uno. “Fueron el problema y yo seré la solución”, reflexionará su rival. “¡Que se quemen ellos!”, pensarán los otros. Enfrente, Jácome estudia demoscopia , dice que ha ganado apoyo popular regateando al 70% de ourensanos que le pide la dimisión y lanza seudoplanes a largo plazo. “El Ayuntamiento funciona con absoluta normalidad (…) Estamos haciendo las cosas mejor que nunca”, resume en la misma entrevista de ayer. Entre tanta ficción, la única realidad es el drama diario: combustible de primera calidad para la moción de censura, pero también abono para agravar la desafección y la crisis de representación. Los ourensanos buscan y no encuentran. Y a ese desasosiego se enfrenta la ciudad, rozando el precipicio.

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