Opinión

El legado de Rajoy

Como le pasó a Rubalcaba, a veces uno tiene que irse para que le valoren. Para eso, claro, hay que haber llegado antes a algún sitio y después saber marcharse. Rajoy, mientras, no encontró su destino en cuarenta años de ejercicio público, acabó en un bar mientras lo echaba el Congreso y hoy hay serias dudas de que en realidad fuese, al menos, un político. Pionero en ser despedido en una moción de censura ya antes había inaugurado una forma de gobernar basada en el paisaje: si en “Bienvenido, Mister Chance” Peter Sellers es un jardinero al que toman por un líder de altura, Rajoy fue un presidente que quería que le confundiesen con el decorado.

El discreto encanto de registrador de la propiedad hizo gracia durante un rato, hasta que empezó a llegar el olor de todos los problemas -españoles y populares- que el marianismo había ido dejando que se pudriesen. Ahí ya era el “Carpanta que nunca llega al pollo asado”, como le llamó Jabois, y ahora tiene mérito encontrar méritos a los siete años que estuvo en La Moncloa. Mezclar las dos partes proporciona un raquítico balance: desperdició de forma meticulosa cuatro años de holgadísima mayoría absoluta para afrontar las necesarias reformas estructurales (2011-2015) y tiró al país -y al PP- en los siguientes tres años (2015-2018). Siempre afrontando el poder desde un lateral, como algo circunstancial. Él solo pasaba por ahí. 

Posiblemente, igual que esos futbolistas que un día confiesan que en realidad no les gusta el fútbol, a Rajoy nunca le haya gustado la política -pero sí el fútbol-. “¡Qué follón!”, como solía decir. Lo peor es que esa abulia burócrata que mostró en casi todo, y que lo sube al disputado podio español de dirigente de alto nivel más inoperante, se convertía en activismo para el capitalismo de amiguetes. En esas sombras su equipo sí que se movía con acierto para favorecer los oligopolios o enchufar colegas. Incluidos sus amigos José Benito Suárez -marido de Ana Pastor, compañero de caminatas e intocable al frente de la Portuaria de Marín-Pontevedra desde la vuelta del PP a la Xunta- y Fernández de Mesa, formado en jardinería, colocado como director general de la Guardia Civil y después en Red Eléctrica, con un sueldo de 150.000 euros anuales. 

En el “nuevo” PP hay muchos grilletes de la tierra mariana quemada, que no se sacarán hablando de conspiraciones ni tirando de hemeroteca. En eso anda Maroto. El jueves comparó a Bárcenas con Roldán. Al menos este, indiscutible referente de la corrupción en el felipismo, tuvo tiempo mientras se lo llevaba calentito a modernizar la Benemérita y luchar de forma constante contra ETA. La constante del “viejo” PP fue otra: Púnica, Gürtel, Palma Arena, Nóos, Lezo, Kitchen…

El extesorero condenado a 29 años de cárcel resucita cada cierto tiempo para amenazar con tirar de la manta, pero a estas alturas ya no se sabe si queda algún jirón. Esta semana avisó con dar carne a la sombra de cohecho que revolotea en la financiación ilegal del PP. En vísperas de que empiece el juicio de “Los papeles de Bárcenas” lo que es una obviedad, ya condenada, es el degenere en Génova 13 que el pontevedrés no evitó cuando pudo hacerlo. Al revés. Ese “Luis, sé fuerte” y el “M.Rajoy” en las libretas se mezclan ahora con la imagen dada por Bárcenas del entonces presidente popular destruyendo papeles con la trituradora en una escena digna de “Veep”. Seguramente Rajoy ya tendría que haber dimitido cuando trascendieron, en 2013, los sobresueldos en forma de cajas de puros Montecristo con billetes de 500 euros. Pero nunca leyó la calle, prefería el Marca y ser fiel a sí mismo. Por eso hizo nada y relativizó todo. Y por eso también se negó a dimitir cinco años después cuando llegó la moción de censura por la condena de una parte de la Gürtel. No se sabe qué hubiese pasado si ese día se llega a apartar, como le pidió cínicamente el peor líder reciente del PSOE y sinceramente más de media España. Sí sabemos lo que aconteció después: por pasividad ya habían engorilado al independentismo y por cálculo alimentado al populismo, luego todo explotó y ahora tenemos un vicepresidente que amenaza con nacionalizar multinacionales. Por eso muchos de los actuales lodos vienen de los viejos polvos de un Gobierno Rajoy que, como describió Gistau, era “un conejo rígido ante los faros del coche que lo va a atropellar”. Y vaya si lo jodió. A él y a casi todos.

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