Opinión

La irresponsabilidad social corporativa de Iberdrola

Qué verde es Iberdrola: su publicidad es verde, los protagonistas de sus anuncios suelen llevar alguna prenda verde y hasta el botón de “aceptar las cookies” de su página web tiene el color de un pepino. La definición de “green washing” es ver a su presidente, Ignacio Sánchez Galán, repetir discursos sobre la economía y la recuperación sostenibles en cumbres contra el cambio climático que patrocinan a la vez que están en el top-10 de empresas españolas más contaminantes. Y la magnitud del cinismo de esta compañía se mide a través de los tuits señalando que su “única razón de ser son las personas, eres TÚ” mientras embalsan los ríos, llenan los montes de aerogeneradores y proyectan parques eólicos en el océano Atlántico sin más beneficiarios que ella misma. 

Esta insoportable cháchara propagandística es el pobre maquillaje de una multinacional dedicada en cuerpo y puertas giratorias a buscar herramientas para exprimir todavía un poquito más su tierna relación con el poder político. Aquí no busquen innovación: el I+D de Iberdrola es operar en mercados amañados y su joya de la corona tiene forma de infraestructuras amortizadas hace décadas gracias a prórrogas de dudosísima legalidad en concesiones monopolísticas. La única misión social es obtener beneficios extra, hiperretribuciones, chanchullos con los fondos europeos o apesebrar nuevos contratos públicos y por eso su verdadera responsabilidad social corporativa está en los titulares de la hemeroteca de La Región: secado de tramos del Sil, daños irreparables a la Ribeira Sacra, destrozos a la biodiversidad, megaproyectos en zonas protegidas, instalaciones en el Macizo Central, quejas vecinales, engaños a clientes, obstáculos a la competencia, tratos con Villarejo, pérdida de la mayor parte del empleo generado en Galicia o el trucado de la oferta hidroeléctrica para sacar algo más tajada. 

En lo suyo son los mejores: Iberdrola y todo su árbol genealógico llevan ya ocho décadas esquilmando a Ourense sin dejar más que una limosna a repartir entre concellos que ayudaron a vaciar tras ahogar sus mejores tierras. A día de hoy su comportamiento ya solo sirve para demostrar cómo ciertos sectores necesitan topes para garantizar un equilibrio entre el beneficio privado y el interés general. Este razonamiento parece tan evidente como constatar que los frenos no se construirán con ministros timoratos ni amenazando con multas ridículas a una empresa dirigida por un Sánchez Galán con nómina de delantero de la Champions League -12,2 millones en 2020- y que solo de los ríos ourensanos extrae, tirando por lo bajo, 150 millones al año. Este verano terminó de desnudar los últimos rincones de su codicia junto a la clamorosa inutilidad del sanchismo para enfrentarse a la especulación: la medida más destacada del autoproclamado gobierno más progresista de la historia ha sido suplicar empatía a quien le importa lo mismo -básicamente un pimiento, verde- generar alarma social secando los embalses en pleno agosto que inflando la factura de la luz en plena crisis económica. 

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