Opinión

El giro inesperado


Hace un año y a estas alturas más o menos, cuando la política española en referencia a Marruecos varió radicalmente de un día para otro sorprendiendo con aquella vuelta de campana a todos los países de la alianza europea, muchos periodistas capitalinos dieron en preguntarse a qué razones respondía semejante cambio de perspectiva tan radical como insospechado. La mayor parte supuso la existencia de una oculta y grave razón que obligó al presidente Sánchez a cambiar por completo su perspectiva largamente sostenida y defendida sobre el norte de África, su rendición a Marruecos y la apertura de una crisis profunda con Argelia, aunque fue la prensa francesa la que unas semanas más tarde colocó en el tapete  una historia  muy siniestra pero no por ello descartable que desgranaba un sórdido chantaje efectuado por los servicios secretos marroquís sobre el presidente Sánchez, cazado sin remedio a través de su teléfono, del que se habían extraído informaciones comprometedoras.

Yo estaba por aquellos días de primavera paseando felizmente por Madrid en visitas que aprovecho para tomar alguna cerveza con amigotes de cierta enjundia. Recuerdo que el tema apareció en conversaciones que mantuve con un par de veteranos colegas largamente curtidos en la información parlamentaria, y algún que otro encuentro con un par de buenos amigos diplomáticos. Alguna que otra especulación sobre la historia compareció, repito, entre aquellos boquerones en vinagre y aquellas cervezas de mediodías soleados. La versión digital de “France Soir” se había despachado con un bombazo de espoleta retardada que contaba como la información contenida en el teléfono pirateado a Sánchez  ponían en evidencia la incursión de su mujer, Begoña Gómez, en tráficos no confesables utilizando la tapadera de una ONG con sede en África. La periodista Teresita Dusart abundaba en este supuesto concluyendo que  los contenidos intervenidos eran tan graves que a Sánchez no le quedó otra que plegarse a las exigencias marroquíes, dejar tirados a los saharauis, y ponerlo todo patas arriba para sorpresa de Europa.

Lo más sorprendente es que aquellas especulaciones de máxima gravedad duraron una semana y nadie ha vuelto a hablar una palabra del asunto. Seguramente la información sería falsa pero, al menos, una explicación oficial hubiera hecho falta.

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