Opinión

III Feria Exposición Agropecuaria, 1955

Andábamos por finales de verano de 1955. La ciudad transcurría por días tranquilos, previos a algo de cierto calado que iba enaltecer de alguna manera la vida ciudadana. Se trataba de lo que sin duda era un acontecimiento único que alzaba a Orense a “cotas elevadas” en el ámbito de las exposiciones industriales que con la misma excepcionalidad se celebraban también en muy pocas ciudades importantes. Esto era la III Feria Exposición Agropecuaria e Industrial.

Pero empecemos por el principio. Para el montaje del evento se utilizó no solo la superficie total interior del Jardín de Posio, sino que las circundantes calles de Lugo y La Coruña fueron semicerradas al tráfico con una valla de madera longitudinal dejando solo prácticamente el acceso de ciudadanos a los domicilios cercanos.

No tengo referencias de las anteriores (la primera se había celebrado en 1879), pero el acontecimiento del 55 fue extraordinariamente vistoso. Habría sido por la novedad, en una ciudad que andaba en aquellas fechas por los 58.000 habitantes, y que venia a representar un importante evento de exhibición del potencial ganadero de la provincia.

El recinto tenia, si la memoria no me falla, una historiada entrada, enfrentada a la calle Padre Feijoo con un enorme pórtico sobre el que figuraba el cartel anunciador del acontecimiento. Dentro habían levantado una enorme torreta metálica de energía eléctrica de A.T. que se veía desde toda la ciudad. Era el referente visual; se divisaba desde todos los barrios.

La exposición fue solemnemente inaugurada por las autoridades, al frente de las cuales figuraba José Solís Ruiz, en aquel momento delegado nacional de Sindicatos; siendo en Orense gobernador civil Pedro Ibisarte Gorria, que fue el impulsor de la feria. La comitiva se formó delante de la puerta principal del Instituto (hoy Otero Pedrayo) donde se hizo el recibimiento al ilustre señor Solís, y de donde partieron en perfecto y jerárquico “paseo de autoridades”, para avanzar los pocos metros hasta la entrada del recinto. No faltaban como es lógico el obispo, señor Temiño; el gobernador militar, el alcalde, Leoncio Areal Herrera, y diversos mandos de Falange. Es decir la totalidad de la plana mayor con mando en plaza.

Accedieron a la Feria por el mencionado portalón principal, y una vez dentro, una guapa moza (azafata del evento) ataviada con traje regional, ofreció al señor Solís en una lustrosa bandeja un racimo de uvas, se supone de algún viñedo orensano de aquel año. Recordemos que andábamos por el mes de septiembre.

Todas las regiones de España estaban representadas en su correspondiente pequeño pabellón (el recinto no daba para mucho más), exhibiendo sus productos, y también, como era natural, las cuatro provincias gallegas.

Al ilustre huésped que cortó la cinta de entrada se le llevó en recorrido por el recinto ante una rueda de afilar, y tras explicarle un experto afilador el “complicado mecanismo”, él mismo la puso en marcha dándole unas pedaladas y haciendo girar la rueda, lo que provocó unos fervorosos y sonoros aplausos del séquito que le acompañaba. Anécdotas aparte hay que reseñar que la feria, para lo que estaba concebida, suponía un éxito, sobre todo en lo que a ganadería se refería; es decir, para que los orensanos y foráneos viésemos las vacas lecheras y sementales de la ganadería de San Fiz, por aquel entonces famosa en pleno auge de explotación. Y a través de prensa, dar a conocer a los españoles la importancia de nuestra cabaña ganadera.

Al señor Solís, también en su recorrido por el ferial, lo acercaron a un grupo de astados, y hasta se atrevió a acariciar tímidamente los cuernos a una vaca, mientras atendía entusiasmado las cualitativas explicaciones del ganadero, impecablemente enfundado en un mono de color blanco y rigurosamente planchado para tan importante ocasión.

En el pabellón de Orense se exponían casi amontonados (porque eran muchos) los productos del agro más relevantes. Y entre ellos destacaban botellas de diversos vinos provinciales, y además tenían expuestas en unos cestones patatas de la Limia que ciertamente llamaban la atención por su descomunal tamaño, naturalmente escogidas para tal ocasión.

Aquello todo era una gran fiesta para la ciudad; e hilvanando detalles me acuerdo de que regalaban unos gorros cónicos de cartón rojo, con un dibujo de un chino con grandes bigotes, que creo que era una propaganda de la casa Mandarín, y que ciertamente aunque estábamos en la caída del verano, no venían mal para amortiguar el sol de justicia que por aquellos días hacia en Orense. Por las calles se lucían en las cabezas de los viandantes las coloradas almocelas.

A la feria acudía una muchedumbre de gente entre las doce de la mañana a diez de la noche de cada día; y en ese intervalo un grupo de gaiteros se paseaba por el recinto amenizando la estancia de los visitantes. No tengo ahora clara noción de si cobraban la entrada al recinto; creo que no, pero si sé que el tiempo que duró y por lo novedoso, aquello era un hervidero humano. Y era entendible, porque suponía una Expo de productos del campo. Y Orense rebosaba campo. Lo que si además estaba muy patente era la Organización Sindical Agraria, como también la presencia de todas las Hermandades de Ganaderos de la provincia, que suponían las organizaciones pseudo oficiales que englobaban prácticamente todo en el tema agropecuario.

Las empresas de autocares de línea no hacían otra cosa durante el día que “acarrear” gente de las villas y pueblos. Mangana, Auto Industrial, Los Americanos, Gómez, Gabelo etc., también hicieron su pequeño agosto con la feria.

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