Opinión

Los “bañeses” y las charcas

Aquellos grupos de personas abrigadas con exageración de pies a barbilla en pleno verano por las calles de A Ponte, no eran solo indígenas o únicamente foráneos, pero todos coincidían en un comportamiento similar caldelano, en aquel coiñal en la margen derecha del Miño, sumergidos en las calientes aguas que manaban indiscriminadamente a escasos metros del cauce del rio, cuando el bajo nivel de este lo permitía. Naturalmente, solo en verano. 

Entonces, en las madrugadas de época estival, se convertían en “bañeses” para curar o amortiguar sus enfermedades de diversos tipos, a base de pasarse unas horas matutinas, durante casi un par de semanas, sumergidos en las charcas de la Chavasqueira, metiéndose el calor del líquido curativo a través de los poros en el cuerpo, y luego regresar al aposento, envueltos en mantas con el fin de conservar la humedad en el cuerpo el máximo tiempo posible hasta la hora de comer en la “fonda” donde paraban los foráneos, o los indígenas durante el ciclo de baños. Estaba pues justificado el desmesurado arrope corporal de aquellos antaño devotos de las termas.

Efectivamente, las charcas eran eso, charcas sin más, al mismo borde la corriente del río. Estaban en medio del coiñal aquel, cerca del embarcadero “do Emilio”. Y quiero hacer mención de lo incómodo que resultaba caminar entre ellas; por encima de los pulidos pelouros que el agua se encargaba de arrastrar y depositar, remansados en cada invierno en el meandro posterior al derruido molino en el faldón del Ribeiriño.

 Nada tienen que ver pues con las actuales “pozas”, mucho más cómodas, delimitadas y circundadas de hierba con fácil acceso. Y cuando las charcas a que nos referimos estaban “completas de personal”, se “escarbaba” rápidamente entre varios voluntarios otra al lado de aquéllas, removiendo los coios. Pronto afloraba el nuevo manantial, primero emergiendo con un poco de barro y luego ya el agua clara, que por cierto decían que manaba a 63º. Ya se soluciona pues el problema a otros cuantos ávidos entusiastas de las favorecedoras termas. 

Apenas podían comportarse con alguna pudicicia, y la estampa de los Bañeses en plena actividad, vista desde el cercano Campo de Santiago, sobre todo en las primeras horas de la mañana de un día de niebla, cuando ya las charcas estaban en apogeo matutino, parecía surrealista. Unos dentro de la pozanca sentados, otros tendidos semi-sumergidos, otros de pie, o en las mas diversas posturas, con la permisión de ciertas desnudeces para aprovechar las cualidades curativas, que sin duda las tenia y tienen las caldelas mencionadas, hoy más destinadas al disfrute del relajo en el agua calentita en momentos de asueto que la búsqueda del fin curativo. El caso es que la instantánea del primer vistazo, cuando se llegaba al río por el “Canellón do Emilio” (el barquero), resultaba insólita, fantasmagórica. Al ir acercándose un poco más, uno se familiarizaba con la imagen, y ya todo parecía más normal. 

Exprimiendo la memoria, me acuerdo que en unas fincas cercanas colindantes había unos cañales (que aún existen). Estos hacían de “vestuarios o retretes” improvisados, a falta de casetas o letrinas donde solucionar algún sobrevenido problemilla. Eran la solución, todo hay que decirlo, tanto para usuarios de las charcas, como para las señoras que a pocos metros pasaban una parte del día haciendo la colada de ropa en el río. 
Los Bañeses, normalmente eran gente mayor, o al menos eso nos parecía. Estaban “parando” por A Ponte, en “fondas” de la época, Casa Ogando, Fonda de Fátima y otras; y ruaban siempre en grupos para o desde la Chavasqueira. También solían alojarse en casas particulares, que “hacían su agosto” en verano (nunca mejor dicho), alquilando habitaciones a aquellas personas que año tras año no faltaban, convencidos de que se regeneraban sus cuerpos aquejados de reuma, artritis, asma o enfermedades de la piel o huesos, para ganar salud otra temporada. Acudían desde los más diversos lugares de Galicia y ya entre ellos se conocían de un año a otro. Lógicamente en invierno no era posible; el río ascendía de nivel y cubría la coiñeira, y como era natural el manantial de charcas seguían manando bajo el caudal del rio. 

Sin duda, la sana costumbre de acudir a los baños, para los forasteros suponía en aquella época hasta cierto lujo teniendo otras connotaciones positivas para tales Bañeses. Y era tomarse unos días de asueto en las labores del campo, considerando que gran parte de los usuarios del agua eran procedentes del agro, de diversos puntos de la provincia y otros puntos de Galicia. Luego se volvían al pueblo “nuevos”, no solo por tomar los susodichos baños, que no sé por que razón tenían que durar si mal no recuerdo trece días para su completo efecto, si no por las siestas vespertinas al no tener otra cosa que xurdir por las tardes, salvo dar vueltas por las rúas del barrio de A Ponte.

Pero volvamos a la consecuente estancia mañanera en aquellas incomodas posturas en las charcas del coiñal de la Chavasqueira, en la que permaneciendo al menos un par de horas diarias, lo hacían “fomentando la amistad” entre ellos; contándose las idóneas propiedades del agua, haciendo coincidir opiniones sanadoras de los naturales baños, cada uno hablando de sus particulares dolencias. Todos eran males distintos pero la terma valía para aliviarlo todo. Y era cierto, funcionaba. Al menos eso defendían los aguerridos consumidores del milagrero liquido .

Luego “hacían su quedada”. Al atardecer; se juntaban por pandillas en la explanada de la Estación Nueva, que aún estaba en construcción, improvisaban bancos con unos tablones, y por grupos se entretenían otro par de horas, como espectadores de las obras de ejecución que les daba para buenos temas de parola, hasta la hora de cenar. Y a la mañana siguiente, otra vez, Chavasqueira y manta…..

Los lectores observareis que hago casi solo referencia a la palabra “charcas”, que era la designación vulgar por la que eran nominadasm, ya que por el nombre de “pozas”, siendo hoy habitual, no eran tan conocidas.

Te puede interesar