Opinión

Pintorescos oficios temporales

Hoy quiero dejaros constancia de un par de oficios que, en la época de los 50, tenían un relevante auge en nuestra ciudad, y que seguramente vais a recordar con simpatía, por ser tanto populares como incluso en cierto modo necesarios para aquella población que nos precedió. Y como no, para nosotros mismos en las temporadas de verano sobre todo.


El heladero y su carrito. Digamos que el “heladero de carrito” era un oficio de temporada veraniega, hace años también desaparecida. En nuestra ciudad circulaban en los meses de estío no más de un par de docenas de ellos, pero estaban, o pasaban, siempre en el lugar preciso y en el momento oportuno para deleitarnos con un helado.

El carro, bien concebido para alojar los depósitos cilíndricos con una historiada tapa, que contenían la golosa nata, fresa o chocolate que combinaba con maestría el heladero (vestido con chaquetilla blanca), a petición del cliente en el correspondiente cucurucho de vainilla. Disponía de varios precios según tamaño, oscilando entre una y tres pesetas; y era curioso observar como manejaba la cucharilla para el llenado del cono comestible, dejándolo a la vez vacío interiormente. El cliente solía decirle “… bote un pouco máis, oh!…”, y él lo colmaba con una pizca más, con una frase (siempre la misma) “… vas ben servido, non te queixes”.

Era posible encontrarles en cualquier calle o parque de los que teníamos en Orense. También al extrarradio acudía alguno cuando presuponía algún acontecimiento que mereciera la pena. Y estaban presentes en todas las fiestas de los alrededores, Rairo, Cudeiro, Piñor, Velle, Seixalvo etc. lugares a los que para poder llegar en adecuada hora desde su base empujando el carro, tenían que empezar el viaje dos horas antes. Solían hacerlo en las primeras horas de la mañana del día del correspondiente festejo, para ocupar un buen sitio en el “campo da festa”. Sin olvidar que luego, al final de la verbena, tenían que hacer el viaje de regreso, otra vez empujando el manual carrito hasta Orense.

La camioneta del hielo. Era un viejo Chevrolet ya entonces pintoresco por lo antiguo, con el clásico motor en morro, el cual me parece que aún encendía a manivela. Digamos primero que la fábrica (del hielo) estaba en el Camino de Peliquín, que más tarde fue calle del Cuartel, en el barrio de A Ponte. El conductor y repartidor era el señor Luís de Rairo.

En el encantador y vetusto futingo, llevaba las barras que arrastraba hacia sí el señor Luís con un gancho de hierro, para entregarlas al cliente a pie de caja de la camioneta. Median un metro de largas más o menos; lo hacia por toda la ciudad cada mañana. Aquellas piezas alargadas de hielo estaban impregnadas en serrín, para facilitar un poco su manejo e ir absorbiendo el agua que se derretía, hasta ser alojadas en las rústicas y sencillas “neveras”, que no dejaban de ser otra cosa que una cubeta de latón con una tapadera, en los establecimientos de hostelería, o un simple caldero en un domicilio.

Luís mellaba las barras con una serreta o rascador y les daba un golpe con una maza, para partirlas a quien solo necesitaba la mitad, que eran las casas particulares. Fue una época definida: estabamos ya iniciando la transición hacia la prosperidad, y con esos años de progreso, fueron llegando los frigoríficos eléctricos con circuito de gas, acabando por desaparecer la popular fábrica. El señor Luis y su camioneta ya no tenían sentido. Ourense comenzaba a dejar atrás un referente popular más en sus calles, muy especialmente en las mañanas de verano, cuando era mas necesaria la inclusión del hielo para enfriar la bebida o los alimentos cotidianos. De todas maneras hay que decir que aún por aquel entonces suponía cierto “lujo familiar” permitirse a diario la adquisición del artificial carámbano; por eso en muchos domicilios era un “extra”, a tener en cuenta solo en las fiestas o marcados acontecimientos.


Otro día referenciaremos otras laboriosidades pintorescas propias de aquellos años, mencionando solo, naturalmente, las desaparecidas en el tiempo.

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