Opinión

Secuencias salteadas

Anécdotas. De unas os acordaréis; de otras tal vez no tanto. Todas ellas en conjunto no dejan de haber formado en cierto modo la idiosincrasia lugareña de aquellos entrañables 50-60. A casi todos gusta recordarlas, y por supuesto a mí que las redacto, también.


Pepe Pirallas. Era un tío que pescaba las anguilas al cacheo en el Barbaña, cuando el río traía cierto caudal de agua, aunque no precisamente limpia, para venderlas como “degustación” en “los vinos”. Las atrapaba untándose las manos de tierra bajo el agua para que no les resbalasen. Era otro personaje muy popular que los de aquel tiempo recordarán.


Los carceleros y el tin-tin del martillete. De cuando en cuando comprobaban el estado de las rejas de las celdas en la cárcel. Para ello utilizaban un martillete con el que golpeaban los barrotes y, según su sonido, sabían si había alguna anomalía. Aquel tin-tin característico de la percusión de los aceros se oía en la cuenca del Barbaña. Había quien decía que era capaz de distinguir al carcelero de turno solo con escuchar la intensidad del sonido. Estamos hablando más o menos del año 55.


El abrevadero de los burros. Había varios en la ciudad. Al que nos referimos estaba más o menos donde está ahora ubicado el parque del Trisquel. Las regateiras procedentes del extrarradio de la zona “aparcaban” los asnos que traían cargados con el rianxo para la Plaza de Abastos, y allí permanecían los animales toda la mañana. Todo se aprovechaba; también los cagallones. Había gente que con cestones pasaban varias veces al día para recoger las boñigas de los jumentos y abonar con ellas las huertas.


El Tolas de Villavalencia. Tan genial como burlón. En Fieles Difuntos y por la noche, parece que colocaba, en un lugar estratégico y de obligado paso de gente, una calavera y unas velas encendidas para acongojar al personal viandante. Lo hacia generalmente en un camino de Villavalencia, lugar muy concurrido en paso, y de escasa luz. Cada año lo repetía y siempre había sorprendidos y espantados.


La mula del doctor Cerviño. Este médico era director del Hospital Provincial, sito en lo que fue el primer edificio de la Universidad. A la vez tenía una finca con vacas y cerdos en Las Caldas al lado la Casa Balneario. Entonces, resulta que la leche diaria para los enfermos del nosocomio la proporcionaban sus propias vacas; tenían un carro que con una mula la llevaba todos los días, y al regreso a la finca lo hacia con la barqueta llena de “lavadura” (los desperdicios de las comidas del lazareto). El viaje diario matutino comenzaba a las 4,30 de la madrugada. De los caseros Sr. Benigno y Sra. Pilar se decía que para tener a la bestia más espabilada por las mañanas “la obligaban a dormir la siesta por las tardes”. Había una frase que decía: “Madrugas máis, que a mula do Cerviño”


Os dejo estas populares secuencias. Ya sabéis, con mi característica de articularlas con lenguaje de acera, como siempre. Si consigo vuestra aceptación en el recuerdo, me doy por satisfecho.

Te puede interesar