Opinión

Singulares aquellos años

Seguramente a ti, lector con buena memoria histórica, te vendrán a la cabeza otras situaciones, anécdotas o referentes. La época de los 50-60 fue peculiar. Quienes teníamos entre 10 y 30 años la recordamos con una especial simpatía.


El señor Emilio Paragüero. No tengo ninguna duda en incluirle como un personaje de los auténticamente célebres de aquel tiempo. Era sobradamente conocido. Un “paragüero arranxador” ubicado con su pequeño taller en la Plaza Mayor. En aquella época, los paraguas eran caros; se arreglaban con nuevas ballenas y hasta se remendaba la tela, o se le ponía otro mango. Emilio también reparaba menaje de cocina o todo lo que le cayera en las manos. Era entrañable, con muy buen sentido humorístico, educado, pícaro y graciosamente sarcástico con las damas. Él mismo se autoproclamaba “Gobernador”, por las muchas cosas que era capaz de “gobernar”.


Franchute el fotógrafo. Un tío genial. Iba al estadio del Couto en cada partido, recorría las gradas con una cámara fotográfica de fuelle sin carrete. Retrataba a propios y a extraños. En el partido siguiente se excusaba con que se le había velado la película, y les volvía a retratar.


Las cuestaciones de aquellos tiempos. Eran importantes colectas para “los chinitos” (que vivían muy pobremente) y para “el seminario” (que estaba en pleno apogeo), entre otras. Pero resulta que ahora los chinos nos invaden comercialmente, y el seminario esta vacío. ¡Lo que son las cosas!

El barrio de Covadonga. O conflictivo Wichita, sus moradores se ganaron a pulso su sobrenombre desde 1953 más o menos. En aquel Pinar de Guizamonde se asentó un “moderno enclave” de viviendas protegidas con muy futuristas perspectivas, pero el barrio pronto acogió a pandillas de golfos; aunque también a muchas y honradas familias. Esto último, a pesar del calificativo, lo corroboramos muchos orensanos.


Miguel el Oso. Otro personaje que en su labor de carga y descarga de mercancías en los muelles de pequeña velocidad de Renfe o en los almacenes de coloniales, decían que manipulaba los sacos de dos en dos, llevándolos llenos con 100 kilos, ¡uno debajo de cada brazo! Era un tío muy solicitado para tales labores, aunque me parece un poco exagerado.


Los emblemas. Aquellos cartoncillos de tamaño de un sello, con forma y diversos motivos de blasones heráldicos, eran el “suplemento” que se pagaba con las entradas de los cines, para contribución de los espectáculos, al “Auxilio Social” en los años 50, aunque ya venia de atrás. Su valor, 25 céntimos de peseta. Se llamaban vulgarmente “emblemas”, y cada semana venían con un dibujo de un escudo distinto. Entonces naturalmente suponían motivo de colección entre la población infantil. Constituían el “copago” añadido a lo que costaba la entrada correspondiente, si querías ir al cine a cualquiera de sus localidades. No era proporcional al precio de la butaca, sino aportación única.


Otro día os recuerdo más cosas.

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