Opinión

Colombia: las prisas no son buenas

Pasaron seis años hasta que todo se acordó. Cuatro años de negociaciones en La Habana y dos anteriores en los que el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, y la guerrilla de las FARC comenzaban a gestar el que sería el inicio del fin de la última guerra abierta de América Latina. El 24 de agosto llegaba el ansiado anuncio y los acuerdos de paz se convertían en una realidad. Días después se producía ante los focos del mundo entero la firma de los mismos en uno de los actos más simbólicos y con más presencia internacional que se recuerdan. Nada hacía presagiar que más de la mitad de los colombianos que acudieron a votar el plebiscito del 2 de octubre, anunciado a bombo y platillo como la mayor consolidación democrática, diría "No" a ese acuerdo. Pero el "No" era una realidad y tocaba improvisar. Por fortuna, Timochenko, el líder guerrillero, advirtió de que su apuesta por la paz era “irreversible” y junto a Santos aceptó renegociar algunos de los puntos del acuerdo para tratar de satisfacer a quienes les habían dejado compuestos pero sin novia.

La oposición en bloque presentó cerca de 400 propuestas de cambio en un inequívoco intento de colgarse la medalla de la paz, esa que ni Álvaro Uribe ni Andrés Pastrana quisieron alcanzar durante sus mandatos en los que se mantuvo la guerra entre el ejército y los paramilitares y las distintas guerrillas colombianas. Aun así, las dos delegaciones negociadoras aceptaron estudiar dichas propuestas. Volvieron a La Habana, se incluyeron la mayoría de las reclamaciones de los opositores y las FARC aceptaron firmar un acuerdo que endurece sus condiciones de reinserción en la vida civil. El cambio sustancial con respecto al anterior acuerdo de paz es que en redactar el nuevo se ha tardado poco más de un mes y ahora la refrendación del mismo se llevará a cabo en el Congreso.

Ya no habrá plebiscito, pese a que Santos ha pasado varios años asegurando que este era el acuerdo de todos los colombianos y que jamás se aprobaría sin su beneplácito. Parece que el presidente tiene ganas de justificar su recién estrenado Nobel de la Paz y no parece querer arriesgarse a que su pueblo le dé otra bofetada. Para evitarlo, el pasado jueves, tras rubricar el nuevo acuerdo y estampar su firma junto a la de Timochenko, en una ceremonia mucho más sobria que tan solo contó con la presencia de los negociadores de ambos bandos, anunció a la ciudadanía que “es en el Congreso donde el pueblo ejerce su soberanía” y por esa razón es innecesario sacar de nuevo las urnas a las calles.

El mandatario podrá maquillar esta decisión argumentando que tan lícito es el plebiscito como la refrendación por parte de los diputados elegidos democráticamente; pero los colombianos tendrían razones más que de sobra para exigir que se les vuelva a consultar. Esta decisión, además, favorecerá de nuevo a los detractores del acuerdo, que verán en esta decisión la oportunidad perfecta para acusar a Santos de firmar a matacaballo “un pacto con terroristas”, como lo llama Uribe. 

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