Raúl Castro ya no es presidente de Cuba, en abril fue sustituido por Miguel Díaz-Canel, pero como líder del PCC y presidente de la comisión que aborda la reforma constitucional, sigue moviendo los hilos del país.
Durante el fin de semana se ha debatido esa reforma, que será sometida a referéndum, y que ha asumido unos cambios respecto a la anterior de 1976 que ponen las bases para la Cuba del futuro. Entre ellos la supresión del comunismo como seña de identidad del pueblo cubano, el reconocimiento de la propiedad privada, la aceptación de las inversiones extranjeras para potenciar el desarrollo económico y, lo que ha provocado más titulares, se abre la puerta al matrimonio homosexual. Una reivindicación en la que insistía la comunidad LGBT, que encontró una abanderada influyente: la hija de Raúl Castro, elemento fundamental para la aprobación. Cuba ha pasado de considerar delito la homosexualidad, a aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo.
El presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular se ha apresurado a indicar que la supresión del comunismo de la nueva Constitución no significa que Cuba renuncie a las señas de identidad de la revolución castrista, “Cuba sigue siendo un país socialista, soberano, independiente, próspero y sostenible”, pero es evidente que esa supresión indica que el nuevo presidente, y sobre todo el ex presidente que sigue marcando las líneas de actuación, Raúl Castro, pretenden dar un giro importante al país. De hecho el periódico Granma, órgano oficial del PCC y que recoge desde hace décadas las consignas de obligado cumplimiento, publica que la nueva Constitución, cuando sea definitivamente aprobada tras la consulta popular, viene dada por la necesidad de asumir los cambios internos y los internacionales.
Esa es la clave: los propios castristas han comprendido que no hay posibilidad de supervivencia de espaldas al mundo. Incluso el mundo en el que se miraba Cuba, la URSS o la China comunista, han asumido con entusiasmo la apertura económica y social.
