Opinión

Una frágil tregua

Si los firmantes de las treguas que se han sucedido en Siria desde el comienzo de la guerra civil hubieran tenido la voluntad de que fueran efectivas, la población siria habría sufrido menos y no se habría visto obligada a huir de su país. La última tregua acordada entre los presidentes de Rusia y Turquía, Vladimir Putin y Recep Tayipp Erdogan, respectivamente, es altamente posible que entre en la categoría de los intentos frustrados de limitar los enfrentamientos armados entre el régimen sirio, apoyado por Moscú, y los rebeldes sirios y los restos del Estado Islámico y de Al Qaeda que lo combaten apoyados por Ankara, en la región de Idlib, el único trozo de territorio sirio que escapa al control de Bachar el Assad.

 Rusia y Turquía son socios competidores en Oriente Próximo, y su alianza es frágil y puede saltar por los aires en cualquier momento. Putin vio con buenos ojos la decisión de Turquía de ocupar el norte de Siria cuando se produjo la retirada de las tropas estadounidenses, motivada sobre todo para impedir que las milicias kurdas se asentaran en el territorio y trataran de lograr mayores cuotas de autonomía.

Pero en esa actitud iba implícito un mayor compromiso turco para impedir los ataques de los restos de organizaciones terroristas, que no se ha materializado, y han impedido que la toma de Idlib se produjera, con la secuela de una nueva oleada de víctimas civiles y de la huida de la población de los combates.

De la fragilidad de la nueva tregua da idea el hecho de que Turquía se ha reservado el derecho de responder cualquier ataque del régimen sirio, mientras que Putin reconocía que pese, al pacto entre ambos países, las discrepancias sobre la guerra en Siria son cada vez más evidentes. Erdogan quiere evitar por todos los medios que se produzca una nueva avalancha de refugiados sobre su territorio cuando lo que pretendía también con la invasión del norte de Siria era el establecimiento de una zona segura a la que pudieran volver el más de un millón de personas que se agolpan en los campos de refugiados próximos a la frontera.

Afortunadamente, a ninguno de los dos países les interesa entrar en una confrontación directa aunque sea por fuerzas militares interpuestas y mantiene sus posiciones estratégicas frente a la Unión Europea y Estados Unidos. El cierre de filas de la UE con Grecia, ante la apertura de la frontera turca, aunque por el camino ha dejado en almoneda el derecho fundamental de asilo, ha hecho fracasar los planes de Erdogan en su intento de forzar el apoyo europeo frente a Moscú.

Putin y Erdogan son dos autócratas que se retroalimentan, que al mismo tiempo que se apoyan y tienen el objetivo estratégico de plantar cara a la UE y a Estados Unidos, intentan que el tablero sirio se incline hacia su lado. Rusia lleva ventaja porque El Assad ha reconquistado casi todo el territorio nacional.  Y a Turquía, más que la democracia en Siria le preocupa el papel de los kurdos y qué hacer con los refugiados en su suelo.

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