Opinión

Ana

Me asomo a la ventana, hacia el patio, no me interesa el exterior. La calle me genera estrés. Prefiero seguir descubriendo a mi vecindad, imitando a "Jeff" Jefferies, el fotógrafo de “La ventana indiscreta”, pero sin cámara y sin glamour. En el quinto de la derecha del bloque está una adolescente en pijama o tal vez sea un chándal, no se distingue muy bien desde la distancia. Lleva el pelo corto, rojo, aunque no hace mucho lucía melena. Está llorando, mirando hacia el móvil y hablando. Ana va al instituto. Quiere, en un futuro, ser arquitecta. Pero eso era ayer. La pasada semana pensaba en convertirse en programadora. La informática se le da muy bien. 

Ahora ya no piensa ni en crear volúmenes increíbles, ni en construir viviendas sociales, ni en inventar un nuevo código. Para ella todo eso ya no tiene la más mínima importancia. Mientras el mundo se retuerce ante lo desconocido, Ana se encuentra sumergida, a punto de ahogarse cree ella, en su propia tragedia. Ha descubierto el amor casi al mismo tiempo que el confinamiento. Cuando por fin decidió darle una oportunidad al sentir que se le iba la vida si no podía estar cerca del otro, llegó el estado de alarma y la distancia social. Para ella, el mismísimo  fin del mundo. Tal vez piensa que así se debieron sentir Julieta o Isabel, si hubiese leído alguna de las dos historias. Su hermana mayor se ríe de ella a ratos y también se enfada con ella. No puede entender que ante lo que se está viviendo, Ana sólo esté preocupada por no poder encontrarse, tocarse y besarse con ese otro. Su hermana ha olvidado que a los quince años el amor tal vez lo sea todo. Que a esa edad el sufrimiento y el dolor no viene dado por falta de futuro, por inestabilidad económica o por un trabajo insoportable. A la edad de Ana una quiere morirse por una amiga que ya no es tan amiga, por un te quiero que no llega, por un querer ser ya muy mayor y que el mundo te siga tratando como niña. 

Sigue mirando al móvil como los fieles de una secta miran a su guía espiritual, con devoción, con pasión. Y vuelve a llorar, ahora un tanto desconsolada. Lo noto porque los hombros se mueven de manera rítmica. Al otro lado de esa pantalla habrá otro adolescente inmerso en este compartido drama, sintiendo que el tiempo se ha vuelto aún mucho más lento de lo que ya era y convencido de que nunca serán lo mayores que ya quieren ser. No pueden correr, ni tan siquiera ya pasear. Es una tragedia que ni siquiera es. Pero eso Ana lo entenderá más adelante, muchos años más adelante. Su hermana, en tono burlón, la llama para comer. 

Este nuevo patio no existe. ¿O tal vez sí?

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