Opinión

El día de la memoria

Porque hoy todo estará más bonito. Porque hoy los colores intensos se mezclarán con el blanco, negro y gris. Porque hoy todo olerá a flores recién estrenadas. Porque hoy los cementerios lucirán resplandecientes, limpios y bonitos. Porque hoy, dicen, se recuerda a los que ya no están, aunque no sea del todo cierto. Porque hoy sólo es un día más en la añoranza, en la tristeza y en el amor a los que se fueron, siempre demasiado pronto, porque nunca es el momento para decir adiós. Y porque hoy también es el día, de alguna manera, del olvido.

Entre las presencias familiares, las lágrimas -contenidas o libres- los abrazos y los recuerdos destaca, de manera casi hiriente, la ausencia. En un día como hoy se vuelven mucho más visibles las tumbas invisibles. Los nombres abandonados al tiempo resaltan aún más sobre las malas hierbas que han ido creciendo entre lo que ya son ruinosas sepulturas. Y en un día como hoy se vuelven más tristes porque, tal vez, evidencian de manera más cruda qué significa la muerte. Porque nos señalan que en algún momento no quedará nadie que sepa quienes fuimos, nadie que conozca nuestros nombres ni nadie que acuda a visitarnos, aunque sólo sea en un día como hoy.

Y entonces alguien pasará portando un ramo de rosas y mirará con lástima hacia esa última morada. Y pensará, como hemos pensado nosotros y antes otros y otros: “Qué pena”. Pero, ¿por qué? ¿Creemos que los suyos han optado por la indiferencia? ¿Suponemos que ha sido una vida solitaria sin amores o no soportamos imaginarnos a nosotros como olvidados o como los que olvidan? Probablemente demasiadas preguntas con muy pocas respuestas porque, entre otras cosas, a casi nadie le gusta pensar en la muerte, a no ser que sea para incentivar la imaginación en una loca noche de Samaín, de cuentos terroríficos, de sustos y de misterios, de ánimas buscando víctimas y de ficción sangrienta. En cualquier caso, si en la vida nos han querido y hemos querido, si hemos bailado hasta el amanecer, si nos hemos despeinado sin ningún complejo y hemos bebido la vida a sorbos, ¿qué más nos da si nuestra tumba permanece olvidada? A lo mejor es hora de apostar por la opción de servir de abono para que crezca un árbol. Ahí no cabría la pena ajena y la vida, a su manera, seguiría.

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