Opinión

Esa gente

Recientemente escuché cómo un grupo de amigos, en el transcurso de una sobremesa, se planteaba qué tipo de gente les irritaba especialmente. Hubo una respuesta inmediata. “Esa gente que confunde un educado “¿qué tal estás?” con una invitación abierta a hacer un minucioso repaso por toda su vida”, contestó uno de ellos. Todos asintieron. Yo también, aunque sin que me vieran, no era mi conversación. Pero me quedé cavilando sobre esa pregunta el resto del día. Y, sin darme cuenta, fui sumando grupos a la lista imaginaria. Pensé en esa gente que parece competir sin tregua por ser la que siempre está peor. Esos a quienes, en un intento desesperado por dejarles sin argumentos, les dices “la semana pasada me atropelló un coche” y, sin parpadear, te contestan: “qué me vas a contar, ayer le pasó a mi padre”. Siempre ganan la batalla.

Sumé a esa gente que se cree tener el absoluto derecho de opinar sobre el aspecto de los demás: Has engordado, qué mala cara, estás muy blanca, tienes ojeras o estás muy delgada. Lanzan sus comentarios sin pensar en el daño que pueden ocasionar porque siempre desconocen todo, absolutamente todo, del momento vital que atraviesa la otra persona. Rara vez reciben una merecida respuesta como “a tí te veo más ignorante que ayer”, y generalmente se van satisfechos con sus observaciones no pedidas.

También incluí a esa gente que te lanza la pregunta trampa. Vale cualquiera. El truco está en que no les interesa la respuesta. Sólo es una excusa para hablar de sí mismos y elevar su “yo”. Agregué a esa gente que, utilizando argumentos sacados de redes sociales, son capaces de rebatir cualquier realidad, incluso a quienes la han vivido en primera persona. No se inmutan ni ceden, aunque las pruebas sean irrefutables. Siempre sabrán mejor cómo son los dolores de una apendicitis que el recién operado.

Incorporé también a esa gente que te señala de manera firme cómo tienes que afrontar los momentos más duros de tu vida, sin admitir réplica. Los mismos que seguidamente se lamentan ante tí del infierno en el que viven, porque no podrán ir al concierto de su grupo favorito.

Y ahí quise parar. La enumeración se estaba haciendo demasiado larga y ya se acercaba la hora de cenar. También pensé tres cosas. Que la lista era cambiante. Que mis sensaciones respecto a esa gente también y, por último, que no debía escuchar más conversaciones ajenas. Aunque no me resistí a añadir un último grupo. El de esa gente que, conscientemente, no duda en esparcir peligrosas mentiras. Ahí el efecto que me causan no se altera, es miedo. Porque las consecuencias que provocan son cada día más incontrolables y hay incendios que no se pueden apagar hasta que lo han devorado todo.

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