Opinión

Los gestos del mundial

No voy a pedir a otros la valentía que yo no tengo. No exigiré que alguien haga algo que vaya en contra de cualquiera de sus intereses, porque no sé si yo lo haría. Pero sé que no me haré fotografías imitando gestos, simbólicos y/o absurdos, que desvían la mirada sobre el verdadero problema. No lo hago por el inmenso respeto que me inspira la gente del mundo que se enfrenta a batallas de vida o muerte. Por muy buena que sea la intención, que no lo dudo, a veces hay que asumir que nos equivocamos. Las iraníes que se exponen a ser asesinadas o encarceladas no reclaman poder cortarse un mechón de pelo, sino lucirlo libremente como les dé la gana. Y así nos lo han dicho. El tiempo mediático dedicado a las caras conocidas con ese gesto se lo hemos robado a ellas. Y necesitan del foco para tener una posibilidad, por pequeña que ésta sea, de no ser olvidadas.

Lo mismo sucede con el gesto de algunas selecciones de fútbol de lucir, en el Mundial de Catar, un brazalete con los colores del arco iris. No servirá de nada, salvo para intentar lavar conciencias. No sirve de nada porque nada cambiará para las personas condenadas en ese país por ser quienes son.

No soy ingenua, tengo muy presente la causa de que la fiesta futbolera viaje a un país donde los derechos humanos sólo son palabras que se usarán, por las partes implicadas, como propaganda. Unos, para convencernos de que su país avanza correctamente. Otros para hacernos creer que el Mundial ayudará al avance democrático. Esa música me suena. Ya nos la tocaron cuando China fue sede de las Olimpiadas en 2008. Aseguraba el periodista de la BBC, Stephen McDonell, este febrero ante la celebración de los Juegos de Invierno: “En las últimas semanas se ha presionado a los disidentes para que no hagan ruido en un momento en que todos los ojos están puestos en China. Esto también sucedió en 2008. La diferencia ahora es que en realidad no quedan tantos intelectuales o abogados de derechos humanos para silenciar. Hace tiempo que han sido cercados”.

Así que digámonos la verdad. Lo único irreprochable hubiese sido descartar a Catar. Y el único gesto válido de las selecciones era haberse negado a acudir a la cita. Entiendo lo que el dinero mueve y entiendo el poder. Entonces seamos consecuentes y no ofendamos a quienes tanto padecen. Vayamos, cantemos los himnos y brindemos por los goles. Dejémonos de símbolos vacuos y asumamos con valentía que sabemos que fuera de esos campos de fútbol, ni la homosexualidad, ni la vida de los desfavorecidos, ni las mujeres tienen cabida. Acatemos Catar y mantengamos, al menos, la dignidad del silencio, si en este caso, eso existiera.

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