Opinión

Las hadas de la precariedad

Seamos románticos. Románticos, pero modernos. Nada de versos como aquellas golondrinas de Bécquer que siempre volvían, ni novelas de moribundas enamoradas como La Dama de las Camelias. Nada de vidas bohemias al borde de la locura por amores imposibles ni el romanticismo como forma de ver el mundo. Ahora toca ser románticos para esconder algunas miserias, aunque no nos digan eso. Debemos ser románticos para no caer en el drama de la explotación laboral y de las vidas que no dan por extenuación. De eso saben mucho las organizaciones que trabajan con los más desfavorecidos. Usemos el lenguaje como trampa, ahora que hemos desvirtuado hasta el infinito casi todas las palabras importantes, por exceso y mal uso.

Los que mucho tienen consideran que hablar de dinero no es de buena educación, salvo supongo que cuando hablan de sus beneficios. Así que los que poco tenemos casi hemos caído en esa trampa y así nos está yendo. Hay empleadores que consideran de muy mal gusto que un futuro trabajador pregunte por su salario, como si eso fuera la clara señal de que el empleado, en realidad, no quiere trabajar.

Pero volviendo a las palabras, esas que muy pocas veces son inocentes. ¿Saben lo que son las hadas o los ángeles? ¿Esos seres que tienen alas, no comen, no pagan hipotecas y no tienen gastos? Pues hay quien se empeña en llamar así a las auxiliares de ayuda a domicilio. Claro que no es quién desempeña ese trabajo mal pagado, poco considerado, con horarios infernales pero cada vez más necesario en esta sociedad envejecida. Quién quiere hacerlas creer que son esos seres alados son, sobre todo, sus contratadores, mayoritariamente empresas concesionarias privadas de un servicio que debería ser público, perfectos conocedores de las míseras condiciones que ofrecen. Y en lugar de sonreír ante esa comparación y parecernos tan romántica, la ciudadanía deberíamos saber bien lo mucho que suponen para el bienestar y la economía de un país esas trabajadoras, esenciales en la pandemia, pero siempre desapercibidas en homenajes o reconocimientos. Personas con discapacidad (física o mental), y personas mayores pueden permanecer en sus casas gracias a este trabajo. Las cabezas de las familias monoparentales pueden trabajar porque hay quien lleva y recoge a los menores del colegio. Y el entorno de esos usuarios recibe un aliento en su rutina cotidiana porque durante unas horas alguien atiende a los suyos.

Las profesiones, sean cuales sean, no son románticos versos al aire ni novelas que nos hagan soñar. Son trabajos, con sus pertinentes cualificaciones, que tienen que tener unas condiciones laborales y económicas dignas y de justicia. Lo demás es hacernos creer que trabajar por pura vocación sin esperar nada a cambio es lo único correcto. Y así hasta los ángeles acaban escapando del cielo.

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