Opinión

Hay que parar

Hay que parar. Siempre. Un segundo, una semana o un año. Lo que sea necesario. Pero es imprescindible parar. Para respirar profundamente, tomar aire de nuevo y poder seguir hacia adelante. Para cerrar los ojos, sentarse en el suelo y dejarse llevar. Para disfrutar del entorno y saborearlo despacio, fijando colores y olores que trencen recuerdos con los que seguir caminando. Es bueno parar para abrazar con más fuerza y sentir de manera intensa la piel de los otros. Parar para ser capaces de afinar el oído y escuchar hasta los sonidos más nimios y también para aprender a quitar con calma todas las telas acumuladas sobre los ojos, que impiden ver con claridad. Pero sobre todo es esencial para conocer la clase de camino sobre el que avanzamos y decidir si queremos mantenerlo o cambiar en el próximo cruce. Parados pensaremos con más claridad qué nos mueve y si no somos más que autómatas con el paso marcado. Sólo estando quietos seremos capaces de mirar alrededor con calma y elegir nuestra propia dirección, sin que las prisas por continuar en movimiento hagan más fácil el error.  

Hay que parar también de pensar, aunque no nos lo pongamos fácil, aunque la cabeza decida unilateralmente correr sin límites de velocidad y agotarnos. Porque así es nuestro cerebro. No importa si es de noche y queremos dormir o si estamos a plena luz y buscamos la relajación, él, asentado en su pequeña república independiente, puede decidir correr. A veces hacia adelante, otras hacia atrás; unas de manera totalmente descontrolada y otras bajo una rigidez impuesta. Unas veces bajo el influjo de supersticiones y otras siguiendo las reglas de la lógica. Nos deja rendidos, con poco oxígeno y aún menos capacidad de discernir entre la realidad y cientos de ficciones, unas propias y otras dirigidas por mentes ajenas. Y hay que buscar la manera de parar para no volvernos completamente locos.

Decidamos parar nosotros mismos, no esperemos a que un choque cualquiera nos frene en seco y nos deje aturdidos, restándonos capacidad para seguir. Paremos sin ningún tipo de mala conciencia, silenciando las voces interiores que nos reprochan no seguir en movimiento, aunque no sepamos para qué. Paremos sin más. Descubramos si estamos caminando en círculos, si estamos perdidos, si el camino nos aburre, si ya sólo miramos al suelo y descartamos el paisaje en el que nos movemos, si estamos solos o vamos con acompañantes cuyas manos tendidas no vemos. Paremos aunque nos dé miedo, aunque no estemos preparados para estar con nosotros mismos y prefiramos caminar sin rumbo, sabiendo que sólo es una huida. O paremos simplemente para descansar, no hacer nada y disfrutar de las pequeñas felicidades. El verano nos lo pone más fácil, si pueden, no corran tanto, ya la vida lo hace sola.

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