Opinión

Él está hoy contento

Él está hoy contento. Muy contento. Ha oído que en breve podrá volver a su rincón favorito, a su púlpito particular desde el cual volverá a explicar el mundo y opinará de todo con la verdad absoluta de su lado. Está contento porque ha escuchado que pronto podrá volver a apoyarse en su esquina de la barra del bar.

Él, que nunca ha recorrido más que los 30 kilómetros que lo separan de la ciudad vecina, alabará a los israelitas sus políticas y arremeterá contra los palestinos, esos locos árabes, a pesar de no saber qué es Gaza ni Cisjordania. Él, que el único deporte que practica es caminar desde su trabajo a la taberna, explicará, con la voz bien alta, cómo debe ser el trabajo de entrenadores y deportistas, sin importar la disciplina, porque de todas entiende. Él, que no ha leído un libro en su vida, criticará al último escritor que ha publicado porque lo que escribe es pura basura. Él, que se niega a comprar un sólo periódico y mucho más a leerlo, sabe bien que todo es mentira y que los periodistas sólo escriben al dictado de alguien y son meros ignorantes de la realidad. Él, que nunca ha ido a votar porque nadie se va a reír de él, grita bien alto que todo el mundo sabe que “esto no es una democracia”. Él, que siempre ha tenido un trabajo, es perfecto conocedor de cómo se las gastan esos inmigrantes que le han quitado tantos privilegios. Él, que le ha explicado a tantas mujeres cómo llevar un embarazo, en los últimos tiempos, también ha sido un experto epidemiólogo, un audaz abogado y hasta un ilustrado juez. Él tiene la seguridad de saber todo de todo, sin dudas, sin titubeos, porque, según vocifera a los cuatro vientos, escucha a tertulianos de teles y radios y eso ya es suficiente para convertirse en una especie de hombre orquesta, preparado para opinar de cualquier tema.

Por eso, mientras apura de un trago la última cerveza, se ríe con carcajadas burlonas ante la respuesta de su compañero sobre su pregunta acerca de los rusos: “No lo sé, no puedo valorar”.

Salgo del bar, del plató, del estudio, del mitin…, porque ya no sé muy bien dónde estoy. Porque él, que de todo entiende, de pronto me parece una cara demasiado vista en demasiados lugares. En la calle pienso que sobran los necios asentados en plataformas públicas, que nunca querrán aprender, y que cada vez son menos los que se atreven a reconocer en voz alta que no pueden tener opinión sobre cualquier materia, porque saber y comprender lleva su tiempo y su esfuerzo y es necesario un tiempo de reflexión. ¿De qué lado está la inteligencia?

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