Opinión

La decepción

El fallecido Carlos Ruiz Zafón, en su libro La sombra del viento, escribe: “Una vez me dijo que sentía haber sido una decepción para mí. Le pregunté que de dónde había sacado aquella idea absurda. ‘De sus ojos, padre, de sus ojos’, dijo”. Ver o creer ver la decepción en los ojos de la persona a la que se quiere, se valora o se admira es una de las sensaciones de derrota más destructivas. Porque la decepción normalmente no se expresa en palabras, no se lanza como arma arrojadiza en una discusión, sino que ataca con la tristeza de la mirada en el otro. Contra el enfado, la ira o el desacuerdo una puede argumentar, justificarse o disculparse, pero contra una decepción que llega desde los ojos que te miran sabes que nada puedes hacer, que algo ya se ha roto para siempre y que permanecerá sin oportunidad de diluirse en un futuro.

La decepción te baja la guardia, te deja indefensa y te hace sentir culpable. Y nunca logras entender el porqué ni el cómo ha podido suceder, porque para sentirte decepcionado previamente ha tenido que existir confianza, afecto o esperanza. Y creo que ahora nos encontramos ahí: somos una sociedad decepcionada por los demás y por nosotros mismos y, por eso, no queremos mirarnos demasiado. Esta pandemia que nos ha asolado ha ido dejando a la vista, como rastros de barro, toda la porquería que queríamos creer estaba ya descompuesta y sirviendo de abono a mejores metas. Nos decepcionamos cada día con la violencia desatada, con el odio resentido, con las palabras escupidas o con las reinvenciones históricas malintencionadas. Nos decepcionamos con los dirigentes que están demostrando buscar el daño para hacernos creer que tienen la tirita que nos curará, pero cuando surja de verdad la herida ésta será tan incontrolada que no será posible taponarla con nada y, entonces, tal vez ellos se sientan decepcionados con nosotros por no ser controlables.

Pero también es cierto que no somos la primera sociedad decepcionada, que se lo pregunten a Sócrates e incluso a los que le antecedieron. No es la primera vez y, a buen seguro, no será la última. Decía el famoso ajedrecista Bobby Fischer: “Cuando aprendas a aceptar en lugar de esperar, tendrás menos decepciones”. Pero esa tampoco puede ser la solución, porque si solo aceptamos, además de decepcionados estaremos desesperanzados y, afortunadamente, hay muchísimos sitios donde mirar, aunque el foco no esté casi nunca sobre ellos, para creer en nosotros. Habrá que hacer notar la decepción, hablar mucho más alto, sin amenazas, y dejar los silencios para otro día. Hay que exigir dirigentes honestos con capacidad para cumplir con su función: formar y mantener una sociedad segura, con futuro y alegría. Que la vida no es sólo poder hacer botellón

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