Opinión

La espera

Esperas paciente la llegada del autobús para ir a trabajar y te colocas al final de la cola. Esperas, mirando hacia los productos y con el número apretado en la mano, el turno para comprar la carne de la comida. Esperas, algo irritada, a que la fila se mueva y llegue tu momento de explicarle al empleado del banco el último problema que te ha surgido con la cuenta. Esperas de manera paciente y mirando el móvil que la enfermera diga tu nombre y puedas pedir las recetas de tu madre. Esperas, sin grandes expectativas, a recibir un correo de la empresa a la que te has postulado para mejorar tu situación económica.

Llegas a casa y te pones una mascarilla y esperas los diez minutos que indica el prospecto para intentar relajarte y, mientras te miras al espejo con ese color verde extraterrestre, te das cuenta de que has pasado la mayor parte del día esperando, perdiendo horas valiosas de vida que no vas a recuperar. Y como dice el sabio refranero popular desesperas. Piensas entonces que la vida, al final, también la hemos convertido en infinitas esperas que nos hacen desperdiciar gramos de vida que nunca sobran.

Esperamos anhelantes un gran amor único y especial, fiel reflejo de películas románticas y cuentos de príncipes y princesas, y desaprovechamos por el camino amores imperfectos palpables y palpitantes. Esperamos una felicidad absoluta y grandiosa con fuegos de artificio como telón de fondo y, al tiempo, se nos van escapando por entre los dedos los momentos felices y pequeños, atrapados en sonrisas y rostros de quienes tanto queremos o en nuestros pies mientras bailamos solos y sin música. Esperamos un reconocimiento rimbombante de quienes ni siquiera saben pronunciar nuestro nombre y no escuchamos las palabras que siempre nos han empujado hacia adelante, en susurros llenos de modestia y, de nuevo perdemos, una vez más, otro gramo de pura vida. Esperamos navidades de nieve, villancicos y árboles iluminados sin fallos y no miramos hacia las sillas que, afortunadamente, aún conservan a sus dueños. Comprenderemos, seguramente demasiado tarde, que teniendo eso, no hay nada más importante que esperar.

Cuando la mascarilla comienza a endurecerse y llega el momento de lavar con agua fría sus restos, vuelve a pensar que lo malo no está en esperar -que en la vida tener un objetivo es necesario- si no en perder la esencia misma de lo que supone vivir, persiguiendo expectativas irreales, impuestas o inventadas que nos cortan las alas y nos impidan besar y besarnos sin culpas ni remordimientos.

Y cuando llegue el momento en el que ya no tengamos nada que aguardar, ojalá que la suma de los momentos extraviados en paradas innecesarias no superen nunca a los intensamente gozados. Esperemos que sea así.

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