Opinión

La lealtad

Las palabras son como las monedas, las hay falsas y verdaderas. Algunas veces las manoseamos tanto que difícilmente podemos ver bien su valor, difuminado en una mancha deforme y pegajosa. Decía el poeta Vicente Aleixandre: “Ser leal a sí mismo es el único modo de llegar a ser leal a los demás”. Cuánta razón y qué pena que cada día sean menos quienes lo entiendan, sobre todo en algunos ámbitos. La lealtad es una de esas palabras que maltratamos y retorcemos hasta convertirla en un trapo viejo que ya no sirve ni para limpiar. Si no somos leales a nosotros mismos y a aquello en lo que de verdad creemos, ¿querremos reconocernos en la imagen que nos devuelva el espejo?

Ser leal a una amistad que ha cometido un delito grave, ¿nos convierte en un buen amigo o en una mala persona? Ir en contra de quien eres por lealtad al grupo al que quieres pertenecer, ¿te integra en él o te convierte en el epicentro de miradas desconfiadas que no dudarán, tarde o temprano, en expulsarte de su círculo? No hay duda de que en días de huracanes imprevisibles, que nos pueden dejar a la intemperie, ajustarse el traje de una lealtad interesada es mucho más cómodo y bastante más rentable. Pero que nadie se equivoque, siempre se paga un peaje, el viento acostumbra a cambiar de dirección. En estas cuestiones, a veces, el silencio es un buen aliado. Cuando gritas tus principios en la plaza pública y te traicionas, ¿por qué van a confiar los demás en que les cubrirás las espaldas cuando las cosas empeoren para tí?

No olvido que hay momentos complejos en los que debemos mantenernos leales, aún sabiendo que hay algo equivocado en ello. Pero sin perder de vista las líneas rojas que no deben cruzarse. No todo vale para evocar la lealtad, como si fuera una palabra sagrada que sólo las malas gentes traicionan. No cuando tenemos la certeza absoluta de que habrá víctimas colaterales que no merecen las graves consecuencias: sean personas, ideas o futuro.

La vida es tener que elegir constantemente, y en el balance anotaremos errores y aciertos, descubrimientos extraordinarios y decepciones. Y ya se vuelve bastante cabrona como para tener que convivir también con decisiones tomadas en contra de nosotros mismos. Porque si tienes conciencia, y también consciencia, dormir se vuelve una tarea complicada cuando engañas y te engañas. Sea como sea, a mí me gusta creer en la lealtad y mantenerla como moneda verdadera. El hombre más importante de mi vida siempre repetía: “Haz lo que creas que debes hacer, sin perjudicar nunca a nadie. No importa cómo te respondan los demás, eso ya no está en tu mano y será su problema”. Y en esto estoy. Aunque no siempre lo consiga.

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