Opinión

La mochila cargada

La mochila es grande y de dibujos. Una mezcla entre inocencia infantil y madurez acechante. Es lo único que conozco de ella desde que la vi por primera vez. Coincidimos cinco días a la semana en horario y ruta. Pero siempre voy detrás. Cuando se ha retrasado, he esperado pacientemente por ella, como si fuéramos amigas. No importa que ella no lo sepa y no tenga ni idea de que la he convertido en un personaje con el que juego. Nunca he visto su cara, pero no creo que me hable más de lo que lo hace su espalda y la mochila de dibujos. Alguna vez pensé en darle un nombre. Pero desistí. Demasiado personal y demasiado sujeto a fobias y filias personales.

En el invierno pasó momentos complicados. Se movía despacio, con pesadez y arrastrando los pies. La mochila estaba muy llena. Se notaba en la forma arqueada de la espalda. Daba la sensación de que iba a caerse hacia atrás en cualquier momento. Si hubiese pasado, ¿qué habría hecho yo? ¿Mirarla mientras peleaba para levantarse o correr a ayudarla? Creo que me hubiese limitado a no hacer nada. Demasiado riesgo de perder el juego para siempre.

En cambio, en la primavera, la mochila aparentaba haberse encogido. Pura ilusión óptica. Simplemente se había vaciado. Tuve que acelerar el paso. Ella corría más, iba ligera. Imaginé que asimismo más sonriente. Durante este año también observé que las personas que nos cruzábamos no alteraban su mirada. Con mochila llena o vacía mantenían la misma actitud: Cercana, distante, de complicidad o de reprobación. La gente la veía, sabían el color de los ojos, si iba o no maquillada, si usaba o no gafas, incluso si tenía pecas. Pero no se paraba ni se acercaba lo suficiente como para advertir la mochila en su espalda. Desconocían si llevaba peso o si iba casi vacía, si había sido lavada arrastrando porquería acumulada o mantenía difuminados los dibujos con manchas de barro. Percibían muchas menos cosas de ella que yo, que sólo me concentraba en el sobrepeso que arrastraba. El conocimiento justo para entenderla un poco mejor. Pocas personas quieren considerar las cargas que llevamos a la espalda.

El último día que la ví, la mochila tenía una forma extraña y pesaba más que nunca. Me pareció ver la forma de una pistola, me acerqué más de lo normal y creí reconocer el fallo del Tribunal Supremo de EE.UU que deroga el derecho al aborto, vigente desde 1973. La historia que nos hace la vida peor es un lastre titánico. “No puede ser, estamos muy lejos de América”, pensé. Ese día se giró, intuyéndome, y me interpeló: “¿Estás segura?”.

No nos hemos vuelto a encontrar, pero en mi mochila ahora pesa esa pregunta.

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