Opinión

La piel

La piel es el órgano más grande que tiene el ser humano. Aún así nunca pienso en ella cuando escucho hablar de órganos, sólo pienso en riñones, pulmones o hígado. Será que una está a la vista y la puedo tocar y los otros son internos y todo un misterio. La piel deja ver, de manera cruel, el paso del tiempo con las arrugas, las patas de gallo, la flacidez o las manchas. Las cicatrices que nos van marcando son visibles para siempre. Esa epidermis siente las caricias y responde, se eriza con los susurros. Los golpes la dejan señalada con colores morados o amarillentos. Sobre la piel podemos escribir imaginariamente o con tinta tatuada. Es también una de las paradojas más claras de cómo vivimos cada momento y cada época, sea en soledad o en grupo.

Una simple e inocente hoja puede transformarse en un afilado cuchillo que rasga una piel fina y la hace sangrar. Es la misma piel, otras veces dura y callosa, que nos hace de escudo protector ante un gran número de virus, bacterias y otras especies dañinas. Y nosotros somos así, como esa piel nuestra. Nos volvemos susceptibles y nos sentimos ofendidos ante minucias, comentarios mal entendidos, minúsculos gestos involuntarios o palabras que no han sido escuchadas atentamente. En cambio nos endurecemos para no dejar traspasar la empatía, para evitar contextualizar los hechos o para no dar la razón a quien no nos gusta.

Nuestra sensibilidad nos lleva, como esa piel rozada por la hoja de papel, a llevar a patíbulos públicos a personas que no han hecho nada, salvo tal vez, hablar. A querer lapidar, sin esperar a juicio, a quienes hemos decidido declarar culpables de cualquier cosa que no entendamos o no nos guste, aunque la verdad nos escupa lo contrario.

En cambio nos mantenemos impermeables y salpicamos fuera cuando se cruzan los límites de la racionalidad. No dejamos que nos traspasen hechos que deberíamos condenar cada día y que suceden aquí mismo, por ejemplo, en la propia ciudad. Optamos por anestesiar la piel para que no duelan las aberraciones cotidianas que dejan marcas de mordiscos de unos dientes afilados sólo para enturbiar y embarrar la convivencia diaria. La sensibilidad aflora por todo el cuerpo para la queja diaria, para hacer saber lo malos que son los demás, para señalar con el dedo, para exigir lo que a lo mejor ni merecemos. Pero cuando debería sentir el daño que un virus de desgobierno errático, a golpe de ideas disparatadas, puede hacer al futuro de esta ciudad, aparece la callosidad de la piel. Cuando debería ser vulnerable a un descontrol de cuentas y proyectos ruinosos se hace escudo infranqueable. Así que sí, la piel es el órgano más grande y paradójico del cuerpo. ¿Y el cerebro?

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