Opinión

Las zapatillas de Julia

Me sigue su susurro por toda la casa. Sé perfectamente dónde está a cada momento. No necesito asomarme al patio. Arrastra los pies dentro de unas zapatillas que no preciso imaginar. Las he visto cientos de veces. Cuando bajaba la basura, cuando miraba el buzón, cuando iba al trastero…Julia es de siempre. He aprendido estos días a distinguir cada uno de sus pasos: no hacia dónde van, eso es fácil, si no la carga y la emoción que transportan a cada momento. Probablemente Julia, mucho antes de esta pandemia, ya caminaba más despacio.

Y yo dejé de ver sus zapatillas, aunque no me diera cuenta hasta ahora por estar demasiado ocupada corriendo. De pronto su tristeza se ha desplomado, sin aviso, desde el techo de su apartamento hasta mi sofá. Julia ahora vive sola. Exactamente desde hace cuatro meses. Recuerdo su desgarradora pena cuando acudí al tanatorio. La viudedad la enclaustró antes que el virus. No sentía necesidad para vivir. Es lo que tiene el dolor de la pérdida. Para siempre y nunca más se hacen de pronto tan reales que nos doblan por la mitad impidiendo, por un tiempo, que nos mantengamos en pie. Julia tiene amigas. Poco a poco lograron empujarla a breves paseos. Bregaron para que la curva del llanto fuese más pequeña. La llenaron de abrazos reparadores de los que ahora tiene que prescindir y a los que se hizo adicta. Así que Julia ha vuelto a encerrarse en su casa, esta vez por orden ministerial. Ella cree que, en el fondo, este virus le ha hecho un favor. La ha devuelto al lugar del que no quería salir: el de su propia condena, firmada por un duelo que está deseando convertirse en crónico.

No se da cuenta Julia, mientras camina lentamente hacia su habitación y prueba una mueca de sonrisa al retrato de una felicidad atrapada hace décadas, que el encierro nunca es bueno. Me gustaría subir hasta el quinto, tirar de ella y lanzarla hacia el sol, hacia la primavera recién estrenada. Jurar al oído que esta amargura, este odio al mundo y esta insufrible ausencia se van mitigando. Prometer en un susurro que la vida sigue, con una gran hendidura es cierto, pero sigue. Esta pandemia devastará a Julia. Porque a la reclusión impuesta se suma la carga de la soledad de la vida.

Los encuentros, las confidencias con unas manos que te impedían caer, para Julia eran terapia, primera necesidad para no volverse loca. Temo que elija claudicar ante la angustia. Y yo, desde mi casa, sólo podré seguir el arrastre de sus zapatillas y gritarle desde la ventana un buenos días que, sin el calor del contacto me temo no sea tan reparador.

No importa, Julia tiene que saber que no está sola.

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