Opinión

Lilia y Samira

Lilia tenía ocho meses. Su madre Samira la cogió en brazos el pasado mes de marzo, la abrazó y, protegiéndola contra su pecho, la besó. No había estrellas ni luna, la noche era muy oscura y Samira, temblando de miedo, intentaba convencerse de que esa Zodiac negra era la única posibilidad de futuro, aunque se pareciese a un viejo ataúd.

Una playa de Tarragona recibió cuatro meses después a Lilia, desprovista de nombre, de identidad y de vida

La playa de Cherchell, en Argelia, vio cómo aquella precaria neumática oprimía a 16 personas contra sus laterales, zozobrando peligrosamente, incluso antes de salir a ser engullida sin piedad.

Morir así debe ser una de las peores maneras de morir, porque también para morir hay que tener suerte y de eso muy poco le tocó a Samira y menos a Lilia

Una playa de Tarragona recibió cuatro meses después a Lilia, desprovista de nombre, de identidad y de vida. A sólo 10 kilómetros de la costa de Denia, Samira tuvo que saber que no lo conseguirían, ninguno, tampoco su hija que no dejaba de llorar. Morir así debe ser una de las peores maneras de morir, porque también para morir hay que tener suerte y de eso muy poco le tocó a Samira y menos a Lilia, que con sólo ocho meses no tuvo ninguna oportunidad. No intento imaginar la locura y desesperación que debieron invadir a la mujer cuando entendió que no había ninguna opción, no ya para ella, si no para la hija que intentaba poner a salvo y que se perdió en el mar, porque sería un ultraje a su memoria.

No sé si tendrán quién las llore, si habrá quién se levante cada mañana de su vida lamentando haberlas dejado ir y echando de menos la sonrisa y los lloros de Lilia. No sé exactamente de qué huían, aunque intuyo que de muchas cosas. No sé qué pasará con los cuerpos de Lilia y Samira, si estarán juntos o si alguien podrá reclamarlos para que vuelvan a una casa ya derruida para siempre.

Y como esas pateras inmisericordes, esas zodiacs miserables, esos traficantes sin escrúpulos y esa miseria que los empuja a intentos suicidas nos mancha, les hacemos culpables y los encerramos

Lo que sí sé es que decidir esperar durante noches, como animales  acorralados, la llegada de traficantes que te gritan y subirte a una barca con escasas posibilidades de llegar a meta, sólo se hace cuando la tierra firme te mata aún más. También sé que hay muchas Lilias sin nombre, solas, olvidadas o esperadas para siempre,  y que las seguirá habiendo porque no nos duelen lo suficiente.

Y como esas pateras inmisericordes, esas zodiacs miserables, esos traficantes sin escrúpulos y esa miseria que los empuja a intentos suicidas nos mancha, les hacemos culpables y los encerramos. Vemos atracar el “Bibby Stockhom”, un barco cárcel con capacidad para 500 migrantes que hayan conseguido llegar a Reino Unido, pero con el delito de no tener papeles.

Esa nación, con una oscura historia de colonizaciones y expolios en otros continentes, ha decidido mantener en el mar a seres humanos, en condiciones que nunca serán dignas. No son los primeros, ni los únicos. Deberíamos intentar que fueran los últimos, porque… qué mundo más feo.

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