Opinión

No nos perdamos de vista

Las admiro y las envidio al mismo tiempo y por las mismas cosas.  Por su valentía, esperanza y fuerza. Por enfrentarse a un poder que las puede matar impunemente en cualquier momento y aún así salir con rabia a la calle y  reivindicarse. Yo no sería capaz, soy mucho más cobarde. Hablo de Irán, de Afganistán, de México, de India, de Arabia Saudí, de… y paro. La lista es demasiado larga, aún siendo 2022.

Esas mujeres se juegan la vida para ser visibles y ser tratadas como seres humanos de pleno derecho. Y me hago un poco pequeña, precisamente por haberme creído en muchos momentos un poco grande. Por muchas batallas peleadas en campos de todo tipo, mi vida nunca estuvo en riesgo y tampoco padecí una violencia tan irracional y cruel como ellas. 

Las aplaudo con orgullo. Pero no me dejo llevar, aunque me gustaría, por esa corriente de ilusionismo (no de ilusión) que grita que el mundo está cambiando y que el futuro es nuestro. No es verdad. No seamos ingenuas, no nos lo podemos permitir. 

Esas mujeres iraníes que queman su velo están exigiendo unos derechos que ya tenían conquistados en el siglo pasado. Las afganas que se enfrentan a los talibanes reclaman poder ir a la escuela como hacían tan sólo hace dos años. Que no se nos olvide. Las mujeres de un país como Estados Unidos reclaman por una ley de aborto que hasta hace meses las amparaba y protegía y que ya no existe.

Así que cantos de sirenas pocos y mucho menos, golpes de pecho. La única realidad que tenemos que tener presente siempre es que nada, para nuestra desgracia, es para siempre. Y que el mundo, si en estos momentos está cambiando, no es precisamente para darnos a nosotras muchas alegrías. Cuidado con la autocomplacencia, es peligrosa, podemos perder la tierra bajo nuestros pies y caer en vacíos muy oscuros.

Las mujeres que están en la calle, expuestas a golpes, cárcel, tortura y a un final como el de Mahsa o el de Hadith Najafi o al de tantas, cuyos nombres sólo conocen quienes las querían, no piensan en románticas revoluciones, como no pensaban en primavera árabe las que la padecieron, aunque desde nuestra comodidad de sofá nos guste pensar palabras de colores. 

Ellas exigen vivir, que no es respirar. No lo ignoremos. No son sólo mujeres de una nueva generación que ya no se conforman, las anteriores tampoco lo hicieron. Nos roban porque algo que ya teníamos. Son muchos siglos de mujeres valientes luchando, exigiendo, avanzando y, por desgracia, perdiendo. No despreciemos esa experiencia. No borremos lo que está escrito y escribamos lo que está borrado. No nos perdamos de vista las unas a las otras porque, entonces, el mundo que cambia, no lo hará como necesitamos.

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