Opinión

¿De qué deberíamos hablar?

¿De qué hablar cuando hay tanto de qué hablar? ¿De una guerra, la de Ucrania, que de continuar en el tiempo se irá difuminando hasta quedar muy atrás y con un sonido cada vez más apagado? ¿De las mujeres afganas que ya saben que han sido enterradas y que por mucho que se manifiesten y griten hasta quedar afónicas ya nadie las escucha? ¿De los territorios palestinos que, para su pena, están donde llevan tanto tiempo: en tierra de nadie? ¿De las mujeres asesinadas que, entre silencios y cambios de palabras y leyes, vuelven a morir? ¿De las que están aterrorizadas y cada día tienen aún más miedo? ¿De ese jugador condenado y la lástima que ha suscitado entre tantos porque su “carrera” se ha acabado, olvidando la vida que él, por su voluntad, ha dejado desmembrada?

¿De qué podríamos hablar? ¿De política, con ese ya manido murmullo de que todos son iguales, una mentira que nos deja sin abrigo? ¿De la prensa que estamos perdiendo pie y hundiéndonos cada vez más, por miles de razones, en el fondo de arenas movedizas con el daño que eso conlleva a las sociedades? ¿Del cambio climático que aún no nos tomamos en serio y cuyas consecuencias ya estamos pagando? ¿De la pobreza extrema que azota a millones de personas, algunas muy cerca de nuestra casa? ¿De la explotación a la inmigración sin papeles que tantos practican mientras gritan que se vayan a sus países? ¿De la violencia gratuita que cada día nos va pareciendo más natural?

¿De qué queremos hablar? ¿De la degradación del medio ambiente en pro de un progreso que nos está robando una naturaleza sin la cual estaremos desprotegidos? ¿Del cambio de ley en esos Estados Unidos que hará retroceder los derechos de las mujeres a otro siglo? ¿De los gritos ensordecedores que no nos dejan escuchar bien y nos hacen opinar sin conocer? ¿De la salud mental, tan mencionada, pero cuya atención pública sigue siendo un calvario sin salida para quienes la padecen? ¿Del escaso presupuesto para la investigación que nos impide llegar a descubrimientos aún mayores que salvarían vidas? ¿De los abusos sexuales que han avergonzado tan injustamente a las víctimas y han dejado a los verdugos libres?

¿De qué deberíamos hablar? ¿De los descubrimientos que nos hacen la vida más fácil? ¿De la cultura denostada que, en cambio, nos da luz para abordar los días más rutinarios? ¿De la buena gente que no mira a los lados y sigue adelante aunque no haya un buen gesto o un gracias?

En cambio, tanto alboroto y tantas voces inútiles, con retorcidas advertencias, hacen que al final nos mantengamos en el temible silencio de los corderos. Y es tanto lo que podríamos y tendríamos que hablar, empezando, eso sí, por saber escuchar.

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