Opinión

Si tú me olvidas

Diciembre de 2023. La silla vacía sobre el escenario de los premios Nobel ha sido retirada. El retrato de Narges Mohammadi, la mujer que ha ganado el de la Paz, y que la muestra sonriente y con el cabello descubierto, ha sido descolgado. Se apagan las luces. El silencio lo invade todo de nuevo. Tanto en Oslo como en el resto de Europa.

Pero Narges Mohammadi no se ha rendido. Ni ella ni las demás. Desde la cárcel iraní de Evin, junto a otras 60 presas, ha comenzado una huelga de hambre en protesta por la ejecución del joven de 23 años, Mohamed Ghobadlou, ahorcado por participar en las manifestaciones de 2022. Porque las mujeres de Irán no se han callado. Se mantienen en pie, a pesar del endurecimiento del régimen, de las condenas encadenadas que las encierran por años, de los castigos o de las ejecuciones. Permanecen firmes en una lucha desigual, reclamando sus derechos, los humanos, y desafiando al gobierno. Caminan para ser libres, quitándose el velo y dejando al aire las melenas. Aunque eso las condene.

Ellas siguen, pero aquí, unos 16 meses después, ya apenas las recordamos. Hasta los mechones de pelo, cortados en eufóricas apariciones públicas que robaron la atención a las protagonistas, han vuelto a crecer, así que, ¿de qué preocuparse?

Cuando el mundo parecía desbordarse con tanta solidaridad hacia las iraníes, si hubiesen mirado un poco hacia su derecha hubiesen tenido la respuesta del futuro que las aguardaba. A lo mejor lo hicieron, a lo mejor no quisieron verlo o a lo mejor pensaron que con ellas sería diferente. Si se hubiesen fijado con atención habrían descubierto unas tristes miradas atrapadas en cárceles de tela. Las afganas habrían podido decirles que, desde que en 2021 su país volvió a caer rehén de los talibanes, y a pesar de que, desafiando todo terror, ellas salían a la calle para pedir no ser abandonadas y hacer frente al fanatismo que las negaba, sólo encontraron espaldas. Podían contarles cómo fueron excluidas otra vez de todo lo que significa vivir condenándolas a la invisibilidad. Relatar cómo les han robado el futuro, porque las mujeres y niñas de Afganistán tienen prohibida la educación y llevan más de 850 días sin tener colegio y universidad.

No las miramos ya, pero no podemos negar que prometimos mantenerlas en pie y las dejamos caer en la nada.

Es cierto que el espeso y negro humo de las bombas de Israel sobre Palestina nos tiene aturdidos, aunque no lo suficiente. También es verdad, como nos enseña la historia, que nadie nos salvará ni a nadie salvaremos, si no hay beneficios. Ojalá pudiésemos cambiar tanta indiferencia, porque si no, como dijo el poeta Ángel González: … si tú me olvidas/ Quedaré muerto/ sin que nadie lo sepa…

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