Opinión

Sofía y las cortinas

El silencio. Ese es el detalle destacado del tercer piso. Un silencio absoluto que no había escuchado hasta esta mañana, cuando he martilleado la pared para, además de espantar el tedio, conseguir colgar un pequeño cuadro que alguien me regaló hace años. Sin firma, pero con huella. Percibí la nota discordante de los últimos cuarenta días que aún no había  identificado: era esa calme. Reviví cómo, antes de que todo esto se nos viniera encima como una nube negra, despertaba sobresaltada con el ritmo de una taladradora que, como batuta de buen director, marcaba el inicio de un largo concierto de golpes y ruidos. Sólo hoy he sentido el silencio que invade esa casa, medio en ruinas y medio en construcción como el propio país, y no entiendo por qué no ha sucedido antes. Ese tercero, ahora fantasmal, antes me provocaba irritantes tensiones vitales y no he sido capaz de percibir su quietud. Curioso fenómeno. 

Sonrío complaciente hacia mi pintura de viejo pianista y vuelvo a mirar al piso vacío con cierto vértigo. Nadie se asoma a las ventanas sucias que deberían lucir  las cortinas elegidas, hace ya más de cinco meses,  por Sofía. El piso tuvo unos habitantes anteriores a los que no conocí, pero puedo describir esa casa vivida por décadas. Curioseé en las fotos  de venta expuestas en el portal de una inmobiliaria, mientras no esperaba nada. También sé cómo son los que serán los nuevos vecinos, los identifiqué en la realidad paralela de un mundo sin virus, sobre todo a ella. Se llama Sofía, un nombre repetido incansablemente por operarios que, plano en mano, comentaban los avances de una reforma apenas iniciada.

No lo tuvieron fácil. Ni ella ni Víctor ingresan nóminas ambicionadas por los bancos y, ante eso, los créditos se vuelven esquivos y escurridizos. Fue complejo, pero finalmente fue. El tercero del bloque frontal no sólo se ajustó a su modesto presupuesto, si no que ofreció aire suficiente para que el baño dejase atrás unos caídos azulejos blancos, el dormitorio contase con un modesto vestidor y la cocina invitase a quedarse un rato más. Hace dos semanas deberían haberse acomodado en su blanco sofá, sintiéndose dueños del piso brillante, a pesar de la hipoteca que los encadenará durante 30 años. Pero no ha sido. Este encierro los mantiene en una casa provisional que se agota, mientras los albañiles aún no  han comenzado a cambiar las cañerías del viejo baño de la que espera. Los recibos se duplican. Miro con pena esa ventana y añoro las cortinas de Sofía. Creo que hoy echo de menos ese ruido irritante, el propio estruendo de la vida, lo mismo que después echaré en falta este silencio impuesto. Vuelvo a mi cuadro y lo enderezo. No me gustan las cosas torcidas. Menos en estos tiempos.

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