Opinión

Un café con leche

Toulouse - Lautrec creó su obra pintando rincones de bares cansados, donde estaba pasando la vida. Firme en su idea de que lo que merecía la pena dibujar eran las personas, dejó cuadros inolvidables. No sé a quién pintaría este artista en esta ciudad hoy, pero tendría dónde elegir. Podría empezar por las dos mujeres que cada día cumplen con su ritual de café. Llegan siempre juntas, impecables, con la mascarilla de seguridad y más de 75 años. Se sientan frente a frente, miran el periódico y hablan. Hablan mucho las dos. Desconozco el vínculo que tienen, si amistad o familia, pero debe ser poderoso porque las mantiene unidas. Conversan imparables hasta que, de pronto, llega la explosión. Una estalla y discute fuertemente con la otra que, a su vez, replica. Levantan la voz y se muestran muy enfadadas, haciendo partícipes a todos los clientes de ese momento, ahora ya rutina. Y se repite el final: una se levanta y se marcha con ganas de dar un portazo. Pasado un minuto la otra sigue el mismo camino. “Hasta aquí han llegado”, pensamos. Pero no sucede nada. Continúan caminando juntas por la calle y siguen hablando como si nada hubiera pasado o como si todo ya fuera pasado. 

Y a la mañana siguiente y a la siguiente vuelven a la cita con el café, frente a frente, y mantienen la necesidad de seguir conversando, sin pausas, como si se vieran después de muchos años. Por eso pienso que el lazo que las une es fuerte y supera con facilidad esos abandonos infantiles. Esa ruptura rutinaria no es más que el resultado de pequeños desacuerdos cuya función es hacerlas sentirse más vivas y enérgicas cada día, aunque no lo sepan. Me gusta verlas llegar y pienso que tienen suerte. Nada sé de sus vidas, pasadas o presentes, pero sé que se tienen la una a la otra, aunque solo sea en ese café con leche, y eso es una suerte. 

Cada día crecen más las inmensas soledades que arrasan a demasiadas personas. Sólo hay que salir a la calle y allí mirar a otras dos mujeres. Cada una en un sitio diferente, cerca para verse, lejos para hablarse y ante un abismo para entenderse. Se las ve desbordadas por la tristeza y la soledad. Sentadas en el frío cemento, con la vida a cuestas, apenas ven ya el mundo. Derrotadas por sus circunstancias, pero aún dueñas de su destino y con voluntad propia, han perdido, sin embargo, las ganas o las fuerzas o lo que sea para sujetarse y mantenerse en pie. Probablemente poco a poco se irán difuminando en el paisaje gris hasta desaparecer, sin que nos demos cuenta.

Por eso, esos cafés son tan imprescindibles, sabes que alguien te espera y eso es…tanto.

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