Opinión

Tenemos un dossier para ti

Aquella llamada fue respondida inocentemente. Alguien le ofrecía que fuera en las listas del partido por su provincia. Al no haber pisado nunca arena política, esa llamada le provocó una mezcla de ilusión y ansiedad. Ilusión por saber de la confianza que en él se depositaba y cierta ansiedad provocada por la excitación que siempre despierta un proyecto nuevo. Sin apenas meditarlo, le respondió que sí; lo aceptaba. Pasadas unas horas, me llamó. Mejor dicho, me citó en su despacho, cosa que se me antojó presagio de alguna confidencia de esas que no se hacen tomando unas cañas. ¿Qué opinas? Yo sabía que la decisión estaba tomada. Y cuando es así, contradecir el entusiasmo ajeno resulta violento. Seguro que ya lo había sopesado todo, consultado con su pareja, incluso con sus hijos. En estas circunstancias, decirle lo que yo pensaba ya no es que me resultara violento, se me antojaba más bien cruel. Pensé que la honestidad, en ocasiones, no te deja muchos amigos, pero suele dejarte a los de verdad y, quizá, fui demasiado directo. Si te gusta la mafia, adelante, le dije.

Durante su cortísima vida política vivió el vacío, la ausencia, el asedio, el fingimiento, las intrigas ¿de la oposición? No. De ésta, conoció la mentira, la simulación, el juego sucio y la grosería. De los suyos, lo antedicho. Nunca fue gran cosa en la corporación local y abandonó pronto, hastiado y arrepentido de haber aceptado tan ingenuamente aquel caramelo envenenado. Pero si acaso hubiera sido una persona tan fría, tan estoica y entera emocionalmente como para superar este fuego amigo y enemigo, no tendría opción posible que enfrentarse al siguiente embate bélico. El de los dosieres. ¿Quién se atreve a afirmar, honestamente, que vaya a salir políticamente indemne de una auditoria vital como las que se avivan en las cloacas más infectas de los partidos políticos? Por mi parte, les puedo asegurar que yo no pasaría ni la primera prueba del algodón de aquel anuncio de los ochenta. No les voy a decir las razones.

Lo habitual es que los que llegan a la presidencia o a otro nivel relevante de un partido político, lo hagan debiendo muchos favores a quienes, real o ficticiamente, han facilitado esa trabajada ascensión. Tocar el cielo no es tarea fácil. Los facilitadores, esperan su recompensa en forma de influencias, favores y poder fáctico. A buenas horas ascendidos y ascensores van a permitir la más mínima sombra que amenace su poder. Dossier que te crio para cortar toda ambición no autorizada y para constatar que los partidos son organizaciones amañadas, oligárquicas y peligrosas. Sus capos, guardianes de siniestros dosieres. Que disfruten con salud de lo votado.

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