Opinión

Un sexto sentido

Qué hay, máquina? ¿Qué passsa, figura?”. Así se saludan a mi lado, dos que a menudo deben verse en el vestuario del centro deportivo al que siempre prometo ir más a menudo. Más allá, pero audible al sentido del oído: “Pero neno, ¡si tiraron dos veces a puerta, joder! Piro, que tengo que hacer la comida a jefa y a las cinco es el partido”.

Mientras me visto y me pregunto por qué siempre tengo la sensación de que la mochila es más pequeña que la que preparé en casa, inevitablemente, observo al personal. Salvo excepciones, todos parecen conocerse. Y hablan: “Cenamos de puta madre. Variadito de tostas y un entrecó de pinga. Nos pusimos como Quico. La tarta la traen de allá de Mondoñedo”. Conversaciones de este tipo son las más habituales. Fútbol, tiempo y comida. Y también… tías: “Oíste, al Suso lo pilló la mujer de turismo. Desfila fijo”.

Pero cuando echo el último vistazo para ver de qué me olvido hoy, oigo algo poco habitual: “¿A cuánto  pagas tú el kilovatio?” “Pues me acabo de cambiar de compañía porque lo pagaba seguido a 0,28”. Me iba, y allí se quedaron aquellos hablando de la tarifa de la luz y de imaginativas formas de intentar abaratarlas. Reconocí que yo mismo, al estilo del mismísimo Zapatero, cuando se quedó en blanco cuando aquel taxista le preguntó: “Señor presidente ¿sabe usted cuánto cuesta un café?”, nunca supe lo que costaba nada. Y no porque me sobrase el dinero, que no, sino porque en el supermercado todo iba al carrito sin que me fijara en nada. Lo poco que necesitaba me lo llevaba y punto. Pero resulta que ahora, efectivamente, la cosa ha cambiado. Distingo perfectamente cuando el tomate me lo cobran caro y sé que el plátano canario está al doble de precio que el americano.

Quizá no nos estemos extinguiendo como especie. Con seguridad, el mal juicio que tengo sobre la frivolidad y ligereza de las conversaciones de mis compañeros de taquilla sea desacertado y éstas se deban a una ingenua forma de abstracción de una cruda realidad que tenemos más cerca y presente de lo que creemos. O a la constatación  científica indiscutible de que resulta imposible hablar con nadie de algo trascendente con el badajo colgando.

Pero la sensación que me queda es que la peña siente que algo gordo se les viene encima. No hace falta ver los telediarios ni oír las fantasías animadas de quienes nos gobiernan para tener la latente percepción de que más pronto que tarde las vamos a pasar canutas como trabajadores, autónomos, clase media y clases pasivas. Como cuando duele esa rodilla y sabes que va a llover. El sexto sentido, dicen.

“Había tres pavos nadando en la piscina, pero está fría de cojones, ¿no te bañas?” “Polocarallo”. Pues eso.

Disfruten con salud de lo votado.

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