Opinión

Barbudos e imberbes

Es obvio para todos los occidentales que vivimos en regímenes democráticos y más o menos libres, el sometimiento social, religioso, político y cultural en el que tienen que vivir las mujeres en muchas sociedades del mundo. Y es obvio también que una de las estrategias mediante la que eso se lleva a cabo más eficazmente es a través de la vestimenta, una vestimenta obligatoria para ellas: hiyab, litam, burka, haik, etc.

Las hay de todas las formas y colores pero todas vienen a concluir en lo mismo, ocultar el cuerpo y el rostro para así ocultar a la persona, tapar su identidad, anular su individualidad, y hacerla más manejable y esclavizable. Los argumentos esgrimidos a veces por algunas mujeres y hombres musulmanes llamémoslos ¿modernos? en nuestros contextos públicos de que esa vestimenta solo es costumbre y religión son una estupidez. Si son costumbre y religión, entonces son ideología. Cierta izquierda que apoya esas ideas o mira para otro lado a mí me repugna.

Pero como ese tema está más que estudiado aunque sin resultados positivos, a mí aquí me interesa otro. No el de las mujeres, sino el de los hombres. Comparado con el de las chicas es un asunto menor y tal vez por eso nunca se habla de él.

Por ejemplo, usted lector en el caso de que sea un hombre ¿se imagina ser un varón imberbe en Irán o Iraq y llegar a los cuarenta y tantos con la piel de la cara como el culito de un niño Nenuco? ¡Qué mala suerte, producto del destino!, ¡menuda jugarreta que me hicieron mis genes! ­-pensaría usted. Pues bien, eso tiene que ser también un suplicio social.

U otra, ¿se imagina así en una sociedad judía rabínica ortodoxa? No sobreviviría. Ni siquiera Yentl, el entrañable personaje creado e interpretado por la gran Barbra Streissand en aquella película pudo hacerlo, y al final tuvo que largarse en busca de su ansiada libertad. Y eso que Yentl ni siquiera era un chico sino una chica y ni siquiera era real, solo era una ficción. Pero ¡thck! no tenía barba.

Otra cara de la misma moneda sería ser japonés y tener el mentón, las mejillas y la barbilla como las de un hombre lobo en Tokyo. Una desgracia que también le haría la vida difícil, qué duda cabe.

O sea que el mundo, el masculino al menos quiero decir, se divide en dos bandos irreconciliables en guerra permanente: barbudos e imberbes. La ventaja de nuestras sociedades actuales en las que tenemos la suerte de vivir unos pocos, es que con una simple maquinilla de afeitar o una navaja y un poco de jabón y agua puedes ser cualquiera de las dos cosas, la que quieras, todos los días o cada día. Y nadie te va a decir nada ni a perseguirte o encarcelarte porque te parezcas demasiado a Valle Inclán o demasiado a Truman Capote.

Eso sí, las mujeres lo tienen peor. Como siempre.

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