Opinión

El globo chino

Lo grave del asunto del globo chino no es que fuera un espía militar, ni civil, ni simplemente un espía meteorológico. No. Lo grave es otra cosa mucho peor, es que ahora en todo el planeta cada vez que un humano, usted, yo o cualquiera vemos la luna llena, ya no vemos la luna llena sino un globo chino. Un artefacto más parecido a un farolillo decorativo de una fiesta oriental o a una galleta de la suerte de esas que nos traen a la mesa en un restaurante después de los rollitos primavera, el arroz tres delicias y el cerdo agridulce.

Hoy, cuando un aficionado o un profesional de la fotografía planta una cámara en el trípode en la terraza de su casa por la noche para hacer un retrato de la bella Selene en todo su esplendor, al final acaba con la triste imagen de un juguete de plástico tonto y sin encanto que se puede comprar en el bazar de la esquina por un par de euros. A mí lo de cargarse el globo chino con un misil desde un caza me pareció algo parecido a lo que sería aplastar al aquel pobre Chu-Lín, un inocente cachorrito de panda del zoológico de Madrid, con una apisonadora Caterpillar.

¿Y qué hay de los enamorados que se recuestan en la hierba fragante de la noche con las manos entrelazadas mirando la luna llena? ¿O de los sueños de Cyrano de Bergerac con el astro lunar que le proporcionaron tantos versos hermosos? ¿En qué habría quedado la historia de Christian y Roxane entonces? ¿Y las imaginaciones de Julio Verne? ¿Y el Elliot de ET si hubiera volado en su bici por delante del globo chino? Incluso Neil Armstrong pasaría a ser un idiota cuya historia heroica podría haberse resuelto mucho más fácilmente y con menos gasto en cualquier Chinatown del mundo. La magia ha desaparecido. Estamos acabados.

Cuando viví en Nueva York enviaba la ropa a lavar a una lavandería china cerca de mi hotel. Las lavanderías chinas neoyorquinas son famosas por baratas y porque te devuelven las camisas perfectamente planchadas, con su cartón por detrás y esos clips que sujetan el plegado y las mangas, dentro de un plástico y todo en una caja, como si las acabaras de comprar. Cada vez que coges una camisa es como si fuera nueva. Tienes que abrir la caja y retirar clips e imperdibles y tirarlos a la papelera. Esa meticulosidad llega hasta el punto de que si la camisa tiene esos huequecitos bajo el cuello con presillas de plástico para que se mantenga rígido, también te las ponen nuevas. De hecho te devuelven las camisas mejor que cuando las compraste.

Según la mitología griega, el pastor Endimión podía dormir con los ojos abiertos para contemplar la belleza de la luna, de la que estaba enamorado, cuando cruzaba el firmamento.

Pues eso se acabó, chicos, no vamos a enamorarnos de un globo chino, ¿o sí?

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